Hace no mucho, en los tiempos del vilipendiado PRIAN, la protesta social tenía lugar para confrontar a un poder desacreditado. Era la lucha en contra de un opresor insensible a las demandas de los sectores populares, de la clase trabajadora y el campesinado.
Y, miren ustedes, los más activos de los amotinados eran precisamente los militantes de doña Izquierda, rentistas desde siempre de la agitación y el oposicionismo a ultranza, antagonistas del “orden establecido”, denunciantes sistemáticos de los “ricos y poderosos”, adversarios del capitalismo depredador y apóstoles, consecuentemente, de la igualdad y la consabida “justicia social”.
Pero, a ver, ¿qué diablos es lo que está pasando hoy, que ya no nos pone la pata encima una casta de privilegiados sino que gobierna “el pueblo”, encarnado en los supremos adalides de Morena, los mismos que pregonan “que ya no se pertenecen” —gracias a su sacrosanta transubstanciación de simples mandamases en bienaventurados heraldos del alma mexicana— y que por ello mismo no debieran, en esa exclusiva condición suya de supremos representantes públicos, afrontar los embates de agricultores, transportistas y otros grupos inconformes?
Vivimos, si atendemos la buena palabra del oficialismo, en el mejor de los mundos: México se está transformando en lo que nunca fue durante “la era de los lujos del poder” y avanza con paso firme por la “senda de la honestidad, de la paz, de la democracia y la justicia”.
Muy bien, pero entonces, ¿cómo es que ocurren tan morrocotudos bloqueos de carreteras y, más allá de que la denostada oposición organice aviesamente marchas de protesta, por qué se sigue desmoronando el orden público en un país que debiera estar disfrutando, por el contrario, de las bonanzas que aporta la 4T?
La realidad de todos los días es en verdad muy inquietante y no está hecha de serenos bienestares sino de desórdenes y violencias hasta el punto de que parece cada vez más remota la posibilidad de fortalecer nuestra economía con inversiones del exterior o sacando ventaja del llamado nearshoring.
Demasiada agitación, demasiadas perturbaciones, demasiada inestabilidad y demasiados sobresaltos, con todo y que gobierna “el pueblo”.