Cada vez que el supremo gobierno de doña 4T enfrenta la crítica, levanta un dedo acusador para señalar a otras fuerzas políticas y presuntos adversarios —cuando no enemigos o, de plano, «traidores a la patria»— como si la mera existencia de disidentes, de gente que no se adhiere a los dogmas del oficialismo, no fuera un fenómeno perfectamente natural en una democracia.
Son «los del PRI», claman los corifeos del partido de Estado, «se metieron los del PAN», machacan, «se inmiscuyó Claudio X. González», denuncian, y pretenden así restarle cualquier legitimidad a quienes expresan su descontento o protagonizan acciones de protesta.
La marcha del 15 de noviembre fue convocada, al parecer, por los jóvenes de la llamada «Generación Z». Muy bien, ¿eso significa que nadie más hubiera podido, o debido, sumarse a la convocatoria? ¿No existía una imperiosa razón, la escalofriante inseguridad que sobrellevamos en este país, para querer estar también allí, en las calles de nuestras ciudades, y manifestar colectivamente, junto a todos los demás, el descontento de tantos y tantos mexicanos?
Los morenistas lanzan igualmente la acusación de que las agrupaciones de la oposición aprovecharon, de manera oportunista, una iniciativa que originalmente no era suya. Pues, miren ustedes, así es la política: un asunto de rentabilizar todo lo que se pueda. Los primerísimos en sacar partido de cualquier coyuntura han sido precisamente los de Morena, desde sus tiempos de contrarios al poder establecido, y hoy mismo siguen en avasalladora campaña, todos los días, sirviéndose de los imperiales alcances que tiene la tribuna presidencial.
No hay, en principio, razón alguna para que el activismo de los opositores no tenga lugar ni para que sea algo absolutamente censurable. No es un delito no estar de acuerdo ni mucho menos ser parte de una organización que no porte el estandarte de la mayoría oficialista. Justamente, la condición minoritaria de los opositores —una circunstancia que el poder procura que sea definitiva e irreversible al arremeter en contra de la estructura que garantizaba una competencia electoral equitativa— los hace particularmente vulnerables a las embestidas de la avasalladora maquinaria gubernamental.
Lo tienen todo, los señores que están al mando. ¿Y se alebrestan airadamente, encima, cuando alguien más levanta la cabeza?