El Plan México es la columna clave para construir con éxito el segundo piso de la cuarta transformación. Es una ambiciosa estrategia para conseguir lo que hasta ahora el país no ha podido lograr: crecimiento sostenido con distribución y derrama social. En esencia, es la gran apuesta de la 4T para mostrar que no solo es viable en términos políticos, sino también económicos. Si no lo consigue, me parece, tarde o temprano sucederá en México lo que está experimentando América del Sur: el regreso de la derecha después de algunos años de gobiernos populares.
Si alguien puede lograrlo, es un cuadro como el de Claudia Sheinbaum. Nadie es perfecto, desde luego, pero tener un gobierno con tal nivel de popularidad y encabezado por una profesional de la administración pública es una oportunidad quizá única para intentar ese equilibrio entre crecimiento y distribución. Izquierda con Excel, científica con conciencia social, laboriosidad con método y sentido común. Sin embargo, nada garantiza ese éxito, entre otras cosas, porque el reto es enorme.
Parte del problema es la polarización. Los gobiernos populares se ven obligados a recurrir a ella porque es la manera más rentable o directa para conservar una amplia base social. El apoyo popular es imprescindible para un gobierno de cambio que enfrenta la resistencia de los intereses creados. Nada genera más sentido de identidad que el contraste con los otros, con los adversarios, con los “responsables de los agravios que nos unen”.
El problema es que la polarización, que reditúa tanto en términos políticos, es tóxica en términos económicos. Sin una cuantiosa inversión privada no hay posibilidad de que fructifiquen el Plan México, los parques industriales o la creación de empleos. Y el problema es que muchos de los que estarían en condiciones de generar esa inversión privada son de manera directa o indirecta esos “otros” a los que interpela la polarización. No es una relación mecánica, desde luego, pero es indudable que la sobrepolitización es una criptonita para efectos de generar un clima favorable a los negocios. La percepción de una Presidenta militante, instituciones a las que se les atribuye un sesgo doctrinario o politizado, incertidumbre jurídica o indefensión frente a imponderables, son factores que inhiben a los actores económicos a correr riesgos o a asumir créditos y obligaciones.
Solo la Presidenta puede saber cuán indispensable le resulta denostar a la oposición una y otra vez, responder a los youtuberos de la mañanera que buscan una reacción sobre “la perversidad” de los adversarios de la 4T, o remitir al gobierno de Felipe Calderón los males del presente. Puede entenderse que la Presidenta, como todo gobernante, tienda a contextualizar las críticas y ofrecer una visión positiva del país y de los esfuerzos de su gobierno. Es comprensible que existan matices importantes entre el discurso que se emplea en una convención bancaria y las expresiones líricas de una plaza pública. Pero sería esquizofrénico creer que son excluyentes. En ocasiones lo que se gana, o se cree que se gana políticamente con una declaración, se pierde económicamente. La imagen que intenta construir como jefa de Estado se debilita con las arengas, más propias de dirigente de una corriente política, encaminadas a descalificar las marchas de la oposición.
Se argumentará que las dos tareas son necesarias para sacar adelante el proyecto. Mantener el apoyo político de su base social requiere “predicar a los conversos” y animar al auditorio con expresiones retadoras. Pero debe asumirse que tienen un costo. Como también lo tiene mantener la unidad de todas las corrientes del movimiento, aun cuando eso signifique apoyar a cuadros y a gobernadores cada vez más cuestionados públicamente. Quiérase o no, debilita la posibilidad de presentarse como un presidente para todos o sostener la imagen de una gobernante decidida a modernizar y sanear la vida pública. El mensaje que se proyecta es que antes que las razones de Estado están los intereses del grupo político en el poder.
Habría que estar en los zapatos de Claudia Sheinbaum para entender los muchos equilibrios entre los que está obligada a desplazarse. Debe cuidar no ser rebasada por la izquierda, por así decirlo, y en ese sentido, en efecto, mantener coherencia con las banderas e ideales del movimiento. Inevitablemente a falta de resultados, muchos de los cuales requieren tiempo, las declaraciones y consignas permiten alimentar la unidad.
Incluso hay un tema de estabilidad que habría que considerar. López Obrador y Sheinbaum se han sentido obligados a responder a la exigencia de un cambio en favor de las mayorías que los eligieron. Nos guste o no, la polarización es un recurso que ayuda frente a la impaciencia. Pero, paradójicamente, entre más se use más se retrasa la posibilidad de conseguir ese cambio. Un poco como el somnífero, ayuda a dormir, pero su uso continuo retrasa la posibilidad de construir los hábitos para conciliar el sueño. Las arengas políticas y la polarización ayudan a mantener viva la esperanza de quienes aspiran a tener un empleo digno, pero dañan las condiciones que permitirían generar ese empleo.
López Obrador necesitó de esa polarización porque entendió que el apoyo popular era la única garantía para defenderse frente a los poderes de facto. La situación de Sheinbaum es otra, ahora que la 4T domina sin problemas el espacio político. En este momento la prioridad es económica y de eso dependerá el éxito o el fracaso de su gestión. Los gobiernos populares en América Latina están siendo derrotados por su incapacidad para generar una prosperidad sostenida. Todos tuvieron un éxito inmediato con la primera oleada de subsidios, pensiones y aumentos salariales; millones de personas salieron de su pobreza. Pero tras ese primer momento les resultó imposible ampliar la derrama social o mejorar los salarios. Pasado un tiempo las arengas resultaron insuficientes cuando los ciudadanos, incluyendo los pobres, advirtieron que sus condiciones de vida se habían deteriorado por la inflación y/o el estancamiento.
Claudia Sheinbaum tiene la capacidad y más información que quienes opinamos sobre lo que está haciendo. Es una mujer inteligente y responsable. Pero el gobernante no siempre está en condiciones de ponderar el verdadero impacto de sus acciones en círculos que a la postre serán decisivos. Ni siquiera se trata de los niveles de aprobación; lo decisivo, al final, dependerá en gran medida de que los 300 mil empresarios medianos y grandes (que generan dos tercios de la riqueza del país) tengan la confianza para asumir un mayor riesgo y se pongan a invertir. Hasta ahora no está sucediendo. No se trata de ponerse al servicio de ellos o renunciar a las banderas, sino de mostrar que en un país de “por el bien de México, primero los pobres” también ellos tienen cabida. La polarización y sobrepolitización genera lo contrario.