La segunda marcha de la Generación Z no salió como la primera. Intentaron repetir lo que parecía espontáneo y resultó una movilización pequeña, forzada y sin eco real en las calles. Esta vez, la conversación se quedó en redes; la calle simplemente no respondió.
El error decisivo fue la fecha. Montar la marcha el 20 de noviembre —el día del desfile de la Revolución Mexicana, cuando las Fuerzas Armadas se muestran y se proyectan institucionalmente ante el país— fue un desacierto no nada más logístico, también político. Ese día no se improvisa nada y no se afecta nada, sin consecuencias. Sin embargo, la marcha obligó al Ejército a ajustar rutas, tiempos y protocolos definidos hace meses, hace años o hace décadas. Y eso generó una molestia, que va mucho más allá de lo simbólico. Fue una molestia real.
La primera marcha sorprendió. La segunda irritó a quienes no debían irritar, en su día… el día que la población cada año los reconoce a lo largo de todo su trayecto, ahora recortado en kilómetros y minutos. El recorrido que se suele dar con la alegría de un carnaval, partiendo del Zócalo y recibiendo aplausos a lo largo de todo el Paseo de la Reforma hasta el Campo Marte, esta vez fue rematado velozmente a unas cuadras, en el Monumento a la Revolución.
En el ámbito castrense la reacción fue inmediata: tomaron nota. No sólo de la marcha, sino que saben quién impulsó la idea, quién quiso capitalizar el movimiento y quién creyó que podía alterar la operación militar más visible del año sin medir el costo. En términos generales, ninguna institución del Estado mexicano se mueve bajo presiones ajenas; mucho menos el Ejército en su propia ruta histórica.
Los operadores creyeron con evidente torpeza, que podían repetir la muchedumbre movilizada apenas 5 días antes. No entendieron que lo espontáneo no se ordena desde un escritorio de caoba, desde un mensaje en X, y que no se empuja con ese improvisado y ocurrente cálculo. Si era para medir, ya se midieron a sí mismos.
Palabras clave
Con 150 manifestantes presentes y decenas de miles ausentes, no incomodaron a la Presidencia; al contrario. Pero atravesarse con las Fuerzas Armadas, aunque sea un tramo, no se lee como activismo: se lee como intromisión. Cruzaron la línea equivocada. Incomodaron al Ejército. Y en México, quien comete ese error no sólo queda exhibido: queda fichado.