Y un día que voy y que agarro y que invento una forma. Dos lecturas se juntaron. Primero Karl Vossler: La Fontaine y sus fábulas (Espasa-Calpe, 1947). Celebra Vossler “Las ranas pidiendo rey”, “una pieza maestra por la articulación métrica y rítmica”, donde “múltiples metros, versos de 7, 8, 10 y 12 sílabas, ritmos ascendentes y descendentes, incontables inserciones recíprocas de la rima van comunicando al oído una intranquilidad constante. Es la intranquilidad de un pueblo necio, el de las ranas, a las que no les acomoda ni la democracia, ni una monarquía pacífica, hasta que Júpiter les manda a una grulla como tirano”. Lo tomé en cuenta junto con otras versiones de la misma fábula (el Arcipreste de Hita, Samaniego, Auden) para hacer una propia, “Las ranas que rey pedían” (Nexos, junio 2018) antes de las elecciones de ese año. La Fontaine como un festín de metros y formas.
La segunda lectura fue La utilidad poética (Auieo, 2012) de Michel Butor. El poema que de La Fontaine escoge Butor es “Los dos palomos”, una maravilla escrita con versos alejandrinos (en francés, de 12 sílabas) y versos de ocho sílabas (“habituales para canciones”). Añade Butor: “El solo hecho de mezclar, en el mismo poema, alejandrinos con octosílabos reforma la sociedad porque se dirige tanto a los nobles como a los campesinos”. La Fontaine como un democratizador de las formas.
Ahora bien: “Los dos palomos” tiene 83 versos; los alejandrinos rebasan en 15 a los octosílabos. Urdí entonces un modo en que haya paridad. Una forma que consta de 24 versos, 12 octosílabos y 12 alejandrinos (en español, 14 sílabas) repartidos en seis estrofas. Así quedan iguales los octosílabos “plebeyos” y los “catrines” alejandrinos. Importante: ¿qué verso abre? Eso se lo dejamos al I Ching. Se tiran tres monedas donde Águila vale 2 y Sol, 3; si la suma es par la línea es corta o partida: da Yin, octosílabo; y si la suma es non la línea es larga o continua: da Yang, alejandrino.
Le puse a la forma (claro): Lafontainela.