Hay versos leídos y memorizados desde la juventud que pueden sin embargo llevarse años para quedar bien escritos dentro de uno. Es el caso de un verso de Miguel Hernández en su soneto más conocido y que da título al también más conocido de sus libros: El rayo que no cesa. Comienza: “¿No cesará este rayo que me habita/ el corazón de exasperadas fieras/ y de fraguas coléricas y herreras/ donde el metal más fresco se marchita?”. Y entonces: “¿No cesará esta terca estalactita…?”.
De joven escribí mal el verso, me lo decía así en un intento de mitigar los sonidos en “es” y en t: “¿No cesará la terca estalactita…?”. Sólo con los años he logrado escribirlo bien por dentro: “¿No cesará esta terca estalactita…?” tal y como está en el original. Ahora sí es un verso memorable. Lo que parecen sonidos torpes le dan en realidad una serie de tropiezos perfectos para lo que el mismo verso quiere vehicular. Los sonidos en “t” son un adecuadísimo tartamudeo y las tés se entercan en transmitir la terquedad. El sonido en “ca” de terca tiene su espejo entercado en el “ac” de estal“ac”tita. Los “es” de cesará, esta y estalactita, y las siete alargadas “as” que lo recorren en sus últimas cuatro palabras colman la paciencia al reiterarse.
Y uno recuerda que Miguel Hernández era un gran lector de poesía clásica española. (El juego poético digamos en “al” y “as” de “A las aladas almas de las rosas/ del almendro de nata” en su “Elegía”, tiene detrás a Góngora). “¿No cesará esta terca estalactita…?”: es como un verso del Siglo de oro escrito en el siglo veinte. Asociable al de San Juan de la Cruz con sus famosos “ques” que obligan al balbuceo de su verbo: “Un no sé qué que quedan balbuciendo”. O asociable, también y mejor, con la maravilla de Garcilaso: “En esto estoy y estaré siempre puesto”, donde el “esto” y el “est” tantas veces puestos llegan puestísimos al término del verso.
Y un pilón visual. En “¿No cesará esta terca estalactita…?” cinco letras “t” cuelgan del verso.
Estalactitamente.