A Kafka le encantaba un cuadro de Jean Huber donde Voltaire acaba de levantarse de la cama y todavía con gorro de dormir extiende su mano derecha a un secretario sentado en una mesita con unos folios y pluma y listo para lo que dicte el escritor. Voltaire está de pie y con la mano izquierda se pone los pantalones en un solo lance para no perder tiempo.
Si Huber pintó el cuadro en 1772 Voltaire tendría unos 78 años; en efecto las piernas que salen de su batón de dormir son de viejo. Igual tuvo suerte y nunca le pasó nada pero a este tipo de lance los pongo ya en la categoría de posibles accidentes domésticos como “errores no forzados”.
En deportes se les dice así a los errores que uno cometió por sí mismo, sin que hubiera una presión del rival o un momento difícil del juego que volvería entendible ese error.
En el ámbito doméstico: cosas que le pasan a uno por confiado. Uno cree que su pierna izquierda va a hacerlo tan exacto como a la mente le parece y al levantarse de golpe se pulveriza la rodilla contra una pata de la mesa. Uno cree aún sobrada su habilidad para cruzar sin ver los quicios de las puertas antes de que el hombro se haga astillas en uno de ellas. O que puede bajar las escaleras con las dos manos llenas en vez de tener libre una para apoyarse en el barandal o de perdida en la pared. O salir corriendo descalzo hacia el cel antes de romperse algún dedo de los pies en una pata de la cama.
Errores no forzados. No causó nuestro accidente una piramidal, funesta banqueta o una loseta levadiza. No nos rompió el tobillo el vado tremendo de una entrada de garage ni el brazo el faul artero de un cable en la vía pública. No nos fracturó la cara el tropezón con un desnivel invisible en el pavimento ni nos quebró la pierna caer en un hoyo por una rejilla porosa.
Quién fuera, pues, Voltaire a sus 78 poniéndose los pantalones rápido y de pie. Yo ya me siento más que menos veces para hacerlo. No vaya a incurrir por confiadazo en un doméstico error no forzado.