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Un par de policías cualquiera

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  • Sophia Huett

Adrián, como muchos otros jóvenes, siempre quiso ser policía investigador. Desde que salió de la Academia, participó en acciones de alto impacto, ya fuese por el talento que mandos detectaban en él o por la alta demanda que había de investigadores con una visión policial, para el combate a la delincuencia organizada.

En el año 2011, fue comisionado al estado de Tamaulipas para realizar investigación en campo, relacionada con el Cártel de Golfo, luego de las líneas de investigación generadas tras la captura que realizó la propia Policía Federal de uno de sus líderes. En su misión, no había convoy, no había seis elementos por unidad, no había uniformes pixeleados, ni siquiera armas. Solo era Adrián y Juanita su compañera, así como su gran vocación de servir y proteger, con su capacitación e inteligencia como herramientas.

Viajaban en un vehículo civil por la carretera Nuevo Laredo – Reynosa, cuando de pronto se dieron cuenta que eran los únicos en el camino.

Los negocios, viviendas e incluso gasolineras, estaban abandonadas y con señales de haber sido incendiadas. No había la más mínima presencia de ninguna autoridad.

A la entrada del municipio de Miguel Alemán, una camioneta pick up color naranja los alcanzó.

Desde la batea, un hombre les apuntaba con un arma de fuego tipo Barret, calibre 50 mm. Segundos después, otros dos hombres bajaron de la camioneta; estaban enfundados en chalecos tácticos y llevaban armas de fuego cortas y granadas de fragmentación.

A los policías les bastó desviar un poco la vista para darse cuenta del panorama completo: más de veinte camionetas, en las que viajaban hombres que portaban armas, con una apariencia descompuesta, con miradas que evidentemente eran resultado del consumo de drogas y adrenalina.

Adrián y su compañera comenzaron a ser agredidos verbal y físicamente. Les daban golpes en la cabeza y cachetadas, mientras les cuestionaban la razón de su presencia en esa zona.

“Esta carretera es nuestra”, “de aquí no salen con vida”, “los vamos a deshacer en ácido”, eran las amenazas que recibían los policías mientras les apuntaban en la cabeza.

Al lugar llegó una camioneta blanca, de la que descendió un hombre de unos 40 años y con 1.80 de estatura, con el arma fajada en la cintura.

“Jefe, estos cabrones se quieren pasar de listos. Ya los reportamos”, le informaron.

El “Jefe” se comunicó vía radio para pedir instrucciones y saber “qué se iba a hacer con este par”, refiriéndose a la pareja que se había metido en su territorio sin permiso.

Les preguntaban si eran integrantes de un grupo contrario o incluso si eran “gente del gobierno”.

Adrián, con un pensamiento más rápido que su voz, contestaba a una velocidad que a veces no podían seguir sus agresores. Les decía que la chica era su novia y que viajaban rumbo a Reynosa a realizar algunas compras. Ambos, sin quebrarse, aguantaban las agresiones, sin bajar o poner en duda su argumento, aún cuando sabían que en cualquier momento les podían disparar y acabar con su vida. O peor aún, llevárselos a otro sitio para torturarlos y tratar de obtener más información.

Los catearon, revisaron sus pertenencias y el vehículo. No encontraron nada. Ninguna pista que los asociara con otros delincuentes o con el gobierno.

Después de hora y media, vía radio, recibieron la orden de que los dejaran ir, “están limpios”. La instrucción para los agentes encubiertos fue que regresaran por donde habían llegado y que no hablaran con nadie de lo que habían visto. Y así, los policías federales y la valiosa información que habían recabado, iniciaron su viaje a Nuevo Laredo y así regresar a la Ciudad de México, para poner en marcha el siguiente operativo.

Esos eran unos policías federales de inteligencia cualquiera.

Sophia Huett

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