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Los aliados sin Sinaloa: ¿qué sigue?

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  • Sophia Huett

En una fonda de carretera, entre el ruido de platos y el murmullo de los comensales, corre la misma frase de mesa en mesa: “ya no llegaron los apoyos”. No se habla de programas sociales ni de ayuda oficial, sino de ese respaldo en armas, dinero y contactos que durante años fluyó desde el Pacífico hacia bandas locales en distintas regiones del país. Era el combustible que mantenía encendidas disputas que de otro modo hubieran perdido fuerza. Con la caída de los grandes líderes sinaloenses, ese flujo comienza a cortarse y lo que parecía seguro se vuelve incierto.

El fenómeno no es nuevo. En estados como Michoacán, Colima, Zacatecas, San Luis Potosí o el propio Estado de México, se detectó cómo grupos de menor tamaño lograron sostenerse gracias a un padrino mayor. La lógica era sencilla: la organización de Sinaloa buscaba frenar el avance del grupo originado en Jalisco, y para ello financiaba a actores locales que se convertían en piezas de una partida más grande. Esos aliados recibían oxígeno en forma de armas, recursos económicos y la legitimidad simbólica de poder presentarse como parte de una red más poderosa.

Hoy esa relación se tambalea. Sin el flujo constante de dinero, las nóminas ya no alcanzan, los sobornos se encarecen y la disciplina interna comienza a quebrarse. Lo que en su momento llegó a llamarse “cartel” se reduce a lo que siempre fue: bandas que sobreviven con delitos inmediatos, desde extorsionar negocios hasta robar transporte o cobrar cuotas en caminos. El primer reflejo casi siempre es la violencia, un intento desesperado de mostrar fuerza, pero en el fondo lo que queda es fragilidad.

Para las comunidades, este reacomodo se traduce en incertidumbre. Por un lado, se disparan los enfrentamientos porque los grupos intentan asegurar territorios sin tener ya los recursos de antes. Por el otro, se abre una ventana de oportunidad: al perder a sus protectores, estas bandas quedan más expuestas y con menos capacidad de imponer su voluntad. Lo decisivo es cómo reaccione el Estado en este momento crítico.

La solución no está en esperar a que el problema se consuma solo, sino en intervenir con inteligencia y cercanía. Donde los grupos intentan compensar la falta de dinero con más extorsiones, la autoridad debe estar presente para impedir que esa práctica se normalice. Donde antes se imponían favores ilegales, deben llegar apoyos reales: servicios básicos, becas cumplidas, empleo local. Donde antes solo había miedo, se necesita policía cercana, conocida por la gente, que inspire confianza y no rechazo. Y en un país donde miles de jóvenes siguen siendo presa fácil para el reclutamiento, la respuesta más efectiva está en las aulas, en las canchas, en los talleres de oficios que les den alternativas reales.

El futuro inmediato apunta a un escenario de transición. En Michoacán y Colima, es previsible un aumento en los enfrentamientos, pues los grupos que antes recibían respaldo tendrán que sostenerse solos frente a un rival con más recursos. En Zacatecas y San Luis Potosí, donde la disputa por corredores estratégicos ya es sangrienta, la falta de apoyos externos podría traducirse en mayor fragmentación y violencia localizada. En el Estado de México y regiones del centro, la dinámica puede ser distinta: el debilitamiento de los apoyos podría reducir la capacidad de expansión, pero al mismo tiempo abrir espacios a células oportunistas que viven de la extorsión cotidiana.

Lo que está por definirse es si el vacío lo ocupará el Estado o lo ocuparán otros. Si se deja correr el tiempo, es probable que el grupo originado en Jalisco extienda su influencia sobre territorios donde antes encontró resistencia. Pero si se actúa con decisión, la caída del respaldo sinaloense puede ser el principio de un reacomodo que favorezca a las instituciones y a la sociedad.

Al final, lo que se comenta en una fonda de carretera refleja la preocupación de millones: ¿qué pasa ahora que ya no llegan los apoyos? La respuesta no está en los tribunales lejanos ni en los titulares espectaculares, sino en la capacidad de llenar ese vacío con presencia real, con justicia rápida y con oportunidades que no dependan del miedo. Si se logra, este puede ser un momento de respiro. Si no, será solo el inicio de una nueva etapa de violencia con otros nombres y otras banderas. 


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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