Desde siempre en el mundo humano, la educación ocupó un lugar aparte, es decir tuvo y tiene un lugar aparte, el cual no se disputa con otras acciones humanas. Sea el inventor prehistórico necesitado de “algo” para capturar los peces del río que no fueran sus manos, pues aun con agilidad la pesca era breve. Nuestro antepasado necesito pensar para resolver el problema de lo difícil, arduo e ineficiente proceso de pesca.
Quien sabe cuales fueron los procesos con los cuales llego a los dos “aparatos” de pesca primitivos, tan potentes que hoy aún se usan, la red y el anzuelo. Nuestro predecesor, inspirado por sus contemporáneos mayores, inició con observación. Se dio cuenta de cómo los peces del lago abrían su boca y tragaban mosquitos de agua, pequeños animalitos acuáticos, y pensó. ¿Qué pasaría si estimulo al pez con un dedo de la mano, y cuando quiera atraparlo, cierro mi mano y lo atrapo yo? De ahí a pensar en sustituir el dedo por un objeto cortante que se “atorara” en la boca del pez, no hubo no un paso, hubo muchos. Al fin, quizá de años y años, apareció lo que hoy es el anzuelo, fruto de aquella observación primigenia de la boca abierta del pez. Con rutas similares de observación, pruebas, errores y logros, los pueblos tuvieron su pescado todos los días.
Cambiemos anzuelo por cualquier otro instrumento hasta incluir a la inteligencia artificial y tendremos el triunfo del ser humano sobre la naturaleza y sobre su propia naturaleza como ser consciente y en ocasiones terco en no cambiar hasta que la realidad se impone. Millones de años. No hay otro modo. Un día a alguien se le ocurrió llamar a todo ese proceso de observar, pensar, probar, producir, utilizar instrumentos para “vivir mejor” con una palabra hasta entonces inexistente, la que ahora usamos: Educar.
Hoy, siglos después el pescador o pescadora lo llamamos maestro/maestra. Al joven le llamamos alumno/alumna y al proceso le llamamos enseñar. Al descubridor de lo nuevo para aplicarlo a la solución de una necesidad de los demás humanos, le llamamos autor y a quien lo sigue para llevar sus descubrimientos a los y las jóvenes lo llamamos maestro. Lo que hace el maestro le decimos “enseñar” y lo que hacen quienes rodean al maestro es “aprender”. Así, el proceso de educar se complejizó. Empieza con una inquietud, sea porque quiero algo y no sé cómo conseguirlo. Puedo hablar de mis pensamientos, y ya no quiero repetirlos en cada ocasión de animar a un joven a dominar los inventos. Después de años: escribo, propiamente dibujo en la pared de la cueva y quien quiera saber los puede ver y darse cuenta cómo ir del quiero hacer a descubrir cómo se hace, como actuar… y lo intento… no saldrá bien… y así continuar para hacer todos los ensayos necesarios hasta que salga bien. Con el enseñar se llega al aprender. Ahora toca aplicarlo en la vida real y ensayarlo muchas veces hasta que salga bien y se logre el propósito: Aplicar y conseguir el propósito, esto es, hacer por mí mismo.
Sin duda ha sido un gran paso de la humanidad el conseguir un modo de acercarse a los deseos de saber y de hacer de los niños/as, jóvenes y adultos. No obstante, el logro con frecuencia entorpece la mejora de la práctica educativa. Conseguida una solución no quiero abandonarla por la promesa de otra solución mejor, y me opongo a esa búsqueda hasta que la realidad se impone, y se renueva la práctica de la educación, pues era evidente el desperdicio de un esfuerzo de muchos hombres y mujeres, capaz de realizarse con gran ahorro de energía y de tiempo.
Educar es una tarea milenaria del ser humano, realizada en medio de muchas contradicciones cuyo efecto secundario ha sido retrasar el proceso educativo de miles de personas y, por tanto, retrasar la capacidad de pensar y de hacer con base en ese pensar.
De este fenómeno educativo surgió el imperativo de capacitar de manera especial a los maestros, ayudantes por excelencia de este proceso de llevar a las personas desde su deseo de saber hasta su capacidad de conocer y actuar por sí mismas. El impulso dio origen a las escuelas especializadas en formar como maestros, a quienes deberían ayuda a las personas a estudiar y aprender para trabajar y vivir.
Estos movimientos hoy desembocan en las escuelas normales (La historia de la escuela Normal en México es importante y merece tratarse con detalle y cuidado, por ejemplo, con el trabajo histórico de la Dra. Patricia Ducoing) especializadas en la formación de maestros. Esta formación ha pasado por diversos énfasis, algunos extremos inclusive, y sin embargo, un punto permanece a lo largo de la historia: Los maestros han de aprender a suscitar en los estudiantes amor por aprender, el cual deberá ser piedra de toque de la formación normal y del espíritu a cultivar por quienes quieran ser maestros, ese espíritu es el educar en pleno, esto es la persona en todo su esplendor con todos los espíritus que nos habitan.
Una sombra ha acompañado a la escuela normal: La posible (y muchas veces realidad) pérdida de conocer más temas aparte de los relacionados con el hecho y el proceso educacional. Ciertamente sucede también en algunas de las escuelas universitarias de las diferentes profesiones. La enseñanza se centra tanto en la problemática y temática que se pierde la noción de la complejidad de la realidad y el imperativo de comprender las relaciones entre las disciplinas y sus prácticas profesionales.
En el caso de la formación de maestros es un poco más extrema esa distancia del resto de las profesiones precisamente porque en la escuela Normal el aprendiz de maestro sólo trata con maestros y otros aprendices. En el caso de la universidad, los estudiantes tienen la oportunidad y a veces la obligación de establecer relaciones con estudiantes de otras áreas del conocimiento, no sólo en modo de información sino creando una red de relaciones entre los diversos conocimientos en los que se empeña la universidad. Por otro lado, aun en estos tiempos de complejidad la enseñanza en algunas disciplinas en las universidades está apartada de otras enseñanzas con el mismo efecto “tubo” de la escuela Normal, exclusiva para formar maestros.
El efecto “tubo” es aquel que obliga al estudiante de una profesión a aprender y estudiar sólo lo que interesa a una profesión. Ese efecto se ataca con la organización de prácticas educativas en las cuales se incluye a estudiantes de todas las profesiones (…) con la excepción (todavía) de los maestros.
Existen métodos para enseñar y practicar el aprendizaje de ciertas disciplinas en grupos conformados por estudiantes de carreras diversas, incluso de diversos niveles de avance en su profesión. El éxito del aprendizaje complejo de esas experiencia ayuda a argumentar la necesidad (al menos para tener experiencias) de incluir estudiantes de la escuela normal en grupos de universitarios, y viceversa: escuela normal con grupos donde participen estudiantes de otras profesiones. El éxito los espera en esa tarea humana: educar.