El profeta del apocalipsis, atrincherado en su santuario tropical, acertó: cada vez las cosas se ponen peor en nuestro país. El asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, en medio de una fiesta popular; las manifestaciones de repudio a ese crimen en Michoacán; el acoso a la presidenta de la República en el Zócalo de CdMx, a plena luz del día; la decisión de Perú de romper relaciones diplomáticas con México, evidencian el desastre en seguridad y política exterior —por no hablar de salud, educación, ciencia, cultura, etcétera— de un régimen cautivo de las taras de su fundador, esa es su herencia, un coctel explosivo de ineptitud, agravios y rencores.
Hace unos días, cuando José Manuel Albares, ministro de Exteriores de España, lamentó el trato injusto a los pueblos indígenas durante la Conquista, Sheinbaum dijo complacida: “el perdón engrandece a los gobiernos y a los pueblos, no es humillante; al contrario”. Totalmente de acuerdo. Por eso, ella debería pedirle perdón a Grecia Quiroz, viuda de Carlos Manzo, quien, en el Congreso de Michoacán, luego de su toma de posesión como alcaldesa sustituta de Uruapan, abrazada al sombrero de su marido, dijo: “Él temía por su vida, por la de sus hijos, por la mía y jamás le hicieron caso”.
Y ante la creación del Plan Michoacán por la Paz y la Justicia, lamentó: “Qué triste que tuvieran que arrebatarle la vida a Carlos Manzo para que ahora sí manden seguridad, para que ahora sí quieran blindarnos”.
En el mismo acto, Carlos Bautista Tafolla, diputado independiente, amigo del alcalde asesinado, reprochó a la titular del Ejecutivo no haber recibido a Manzo, a pesar de sus reiteradas peticiones: “Su silencio tiene nombre y apellido, tiene rostro, tiene hijos y tiene viuda”.
En su primer discurso en un espacio público, colmado de uruapenses, Grecia Quiroz, al referirse a su encuentro del pasado martes con Sheinbaum en Palacio Nacional, expresó: “No fue para ir a doblar las manos, fue para ir a exigir justicia”.
Ella, sus hijos y el pueblo de Uruapan merecen una disculpa del gobierno federal por su abandono. Después de todo, el perdón engrandece.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.