Confieso que he visto Juan Gabriel: debo, quiero y puedo en un tremendo maratón de cuatro capítulos. A partir de una cantidad inaudita de materiales fotográficos, videográficos, documentales y musicales, María José Cuevas ha reconstruido los esplendores y miserias de uno de los grandes ídolos mexicanos: Juanga.
En pareja con Laura Woldenberg, productora de la serie, Cuevas ha logrado una edición impresionante en su orden, desarrollo y secuencia de la vida de Juan Gabriel. Sé desde hace tiempo que la mano de un editor debe ser invisible, sí se nota el trazo algo ha fallado, si desaparece ha cumplido su fin, la naturalidad de la trama. Y esto ha hecho Cuevas, lograr una historia que parece realizada sin mayor esfuerzo, aunque detrás se escondan la sangre, el sudor y las lágrimas de la creación.
Los cuatro episodios de Juan Gabriel exploran la creación de un ídolo, ese personaje que atraviesa generaciones y clases sociales, que derrota al destino y se encumbra en contra de la vida que se empeña en derrotarnos. Me explica Fernanda Pérez Gay que la memoria autobiográfica es, en efecto, la capacidad de evocar recuerdos personales, acontecimientos pasados en nuestra vida. Cuando este tipo de recuerdos se activan estalla, por decir así, el sistema límbico, la estructura emocional del cerebro, y se les puede llamar entonces “recuerdos autobiográficos evocados por la música”. Esta es la base de un cantante que se enquista en el gusto popular: el recuerdo.
A quién no le dice algo esto: “No tengo dinero ni nada que dar. / Lo único que tengo es amor para amar”; o bien esto otro: “Probablemente ya / de mí te has olvidado. / Y mientras tanto yo / te seguiré esperando. / No me he querido ir / para ver si algún día, / que tú quieras volver, / me encuentres todavía”. Y así hasta la madrugada con el alma derruida por la memoria.
María José Cuevas logró el retrato del ídolo y aun su caracterología psíquica en su vocación de oscuridad, en el sótano de la autodestrucción. Durante un tiempo, escribió Monsiváis, a los ídolos se les juzgó representantes de la ignorancia y el mal gusto congénito, pero al final, añado yo, se les ha sobrerrepresentado y convertido en tótem y tabú. La serie le devuelve a los personajes una dignidad perdida, una elegancia desconocida. La mancuerna Cuevas-Woldenberg ha acertado de nueva cuenta. Qué mejor.