Cultura

Memoria de aleteo

Leo a Gabriel Bernal Granados (Ciudad de México, 1973) y pienso en una suerte de gavetas que se abren una detrás de otra, recovecos de la memoria conciliadora, estratagemas entre lo etéreo y la realidad, disertación y zozobra cuando intentamos reconstruir cómo era un ser querido que ya no está. ¿La escritura puede acercarnos a nuestros padres ausentes? En este caso, ¿la poesía? “En la minería de la crítica o en la espeleología, ansiosa, y como obsesionada por tocar una profundidad siempre elusiva”, apunta David Huerta en Las hojas.

La sombra de mi padre. Gabriel Bernal Granados. Colección Ojo de Agua. Cetys, Universidad. México, 2025.
La sombra de mi padre. Gabriel Bernal Granados. Colección Ojo de Agua. Cetys, Universidad. México, 2025.

A David Huerta le hubiera gustado conocer este poemario, La sombra de mi padre. Federico Campbell en Padre y memoria, tuvo la idea de reunir en un libro una serie de ensayos y artículos con dos vertientes: la paternidad abordada en la obra de varios escritores y la memoria vista como un instrumento indispensable tanto en la ciencia, el arte y la neurofisiología. Lo que en un principio parecía un panorama disperso, poco a poco cobró forma de un cuaderno de escritura, diario, ensayo fragmentario. Campbell solía decir que a lo largo de la vida uno emprende, como Juan Preciado, el viaje a Comala para encontrar a Pedro Páramo. “Pero más o menos a mitad del camino de la vida, uno reconstruye al padre que le faltó. Tal vez la escritura no sea sino un esfuerzo por resarcir la figura del padre perdido”, señalaba Campbell. Y también añadía una cita de Virginia Woolf: “Los padres no son como fueron, sino como los recordamos”.

Bernal Granados, a la mitad del camino de su vida, decidió darle un giro a su escritura. Optó por dejar a un lado sus reflexiones en torno a la presencia de Leonardo Da Vinci, Fernando Leal Audirac; y sus traducciones de poetas como Milton, Wordsworth, Keats y T.S. Eliot, por mencionar algunos, para hallar una voz poética, la de su padre. También pudo haber influido que el escritor, desde 2017, vive lejos del ruido y estrés de la Ciudad de México, arropado entre libros y árboles de aguacates, en Santa María de Ahuacatitlán, al norte de la ciudad de Cuernavaca. Ahí encontró el espacio, las palabras necesarias para que sugiera la poesía, acaso como un manantial que fluye y condensa emociones, enfermedad, pérdida e incertidumbre.

Alguna vez Juan José Saer comentó que hacía más de dos años que no escribía un poema. ¿Por qué podía dedicarse a una novela de 250 páginas, y no a la lírica? Lo atribuía a “esa fuerza mayor, la causa ajena al proceso poético”, y la llamaba resistencia. Porque la poesía es un no decir y, en ocasiones, está hecha más de silencios, abstracciones.

La sombra de mi padre es un poema construido a partir de estaciones: la vida en familia, encuentros y desencuentros con la pareja, enfermedad, agonía, muerte y memoria (Bernal Granados las clasifica de una manera más sutil y sugerente).

Estamos ante una travesía de la desolación, cuyos lazos en común son la abstracción y el color blanco. El blanco de la nieve, en la crudeza del invierno, esa luminosidad que deslumbra; el color de la leche, del hielo, del mármol y los huesos. “En la noche profunda del invierno, / no hay brillo que no sea/ relámpago de adioses, / ni juntura de bloques superpuestos/ que no cuele hermética/ lascivia en el crisol de la montaña” (pág. 26). En el libro Blanco de Han Kang, estupenda escritora coreana premio Nobel de Literatura en 2024, y en otros de sus títulos, se recurre a la blancura para hablar del luto, de los silencios, de las emociones no expresadas. Escribe Bernal Granados: “Nieve que anocheces en mi sangre y mis arterias…/ Nieve en el portón de mis adioses…/ La nieve es un acorde que no cesa…/ La nieve es el viento oscurecido de mi voz…/ La nieve es la gacela —o es el reno—/ que reposa en el valle tatuado de mi espalda…” (pág. 56)

De Asia proviene la idea de que el blanco evoca la palidez de la muerte, la pureza del alma. Y en ese poema, acaso también como en fragmentos de Han Kang, para sumergir al lector en un universo de las emociones, queda acentuada su esencia minimalista con acertadas figuras retóricas: “bebíamos el viento/ las alas batientes de los pájaros/ eran la cifra de un canto detenido”. (pág. 66)

El poeta halló en la silva una forma de expresar eso que estaba latente y permitió que encontrara una salida en medio de un afluente de fragilidades del alma. La silva armoniza endecasílabos y heptasílabos, al margen de una estructura estrófica fija; a diferencia de otras formas de la métrica tradicional, otorga mayor libertad en los versos y puede contar con una rima consonante o no tenerla, como la ejecutara Sor Juana en el Primero sueño. Bernal Granados decidió frecuentar el endecasílabo, usado desde el medioevo a partir de la introducción del italiano Juan Boscán y Garcilaso de la Vega, que a través del tiempo se convirtió en el verso más empleado. En Hispanoamérica hay excelentes ejecutores del endecasílabo, desde César Vallejo hasta Rubén Darío, Pablo Neruda, Carlos Pellicer, José Gorostiza, Octavio Paz y Rubén Bonifaz Nuño.

La muerte del padre aparece en la prosa de Paul Auster y, acaso sin premeditarlo, se convierte en un punto medular de su escritura. ¿Podría pensarse en un parteaguas de su narrativa, antes y después de que la figura del padre emergiera? ¿Ocurre lo mismo con Bernal Granados, hay un antes y después de que su padre se apropiara de su lírica?

A Paul Auster lo persiguen esas historias de filiación y paternidad, esos hijos y esos padres que se buscan, al modo del “no busco, encuentro”. Padres ausentes y culpables, e hijos abandonados a sus interrogantes. Conviene recordar que, en La trilogía de Nueva York, el padre misterioso está presente como amenazado, ausente o muerto. En El palacio de la luna se cuenta la historia de un huérfano que se cría con su tío, un músico frustrado, y que a través de sus peripecias descubrirá con él a su abuelo y a su padre; Effing, padre ausente-presente le dicta sus memorias a Marco Stanley Frogg, para que cuando Effing muera lleguen a manos de ese hijo desconocido. Mientras que en Smoke, película basada en un guion de Auster, el personaje de Raschid también acaba por descubrir al padre que rastrea. Averiguar quién fue en realidad el padre de Paul Auster se convierte en una misión narrativa, dotada de un sinfín de especulaciones. En eso consiste la primera parte de La invención de la soledad, en algo que él ha definido como el “retrato de un hombre invisible”. Precisamente esa condición, la invisibilidad de su padre, es analizada por el narrador estadounidense.

“Los padres sueñan/ los sueños de sus hijos. Y yo/ vi a los míos floreciendo”. (pág. 22)

Hay autores que continúan el camino horadado por Rulfo, van a Comala en busca de su padre, lo desdibujan para recrearlo con sus mejores cualidades o lo describen tal como era. En esta vertiente se inscribe la principal motivación de Auster al unir pistas sobre la vida de su padre. ¿Quién es ese hombre que aparece en la ficción y no ficción austeriana? Es un desconocido, un extraño, un hombre gris en la vida de su primogénito. La muerte de su padre es una suerte de vacío que lo sumerge en otro vacío, el de la escritura misma. Como Auster no tuvo un padre, mejor lo inventa; no obstante, opta por ser una especie de detective y une las piezas de un rompecabezas en medio de una caterva de recuerdos, fotografías, desencuentros, actitudes, polvo y objetos personales.

Llama la atención que Eduardo Milán escriba el epílogo del libro, pues nadie mejor que el poeta uruguayo para ubicar y explicar la búsqueda de Bernal Granados. Pienso en Milán e, inevitablemente, surge el título de la antología Medusuario. Muestra de poesía latinoamericana, realizada por Roberto Echavarren, José Kózer y Jacobo Sefamí. En dicho libro se ubica a los poetas en dos trincheras: conversacionales y neobarrocos. Milán, en la década de los años noventa, dedicaba tiempo a hablar de los poetas neobarrocos, a quienes veía con propuestas más sólidas. Conviene aclarar que el término neobarroco fue teorizado, principalmente, por Severo Sarduy y Haroldo de Campos; pasando por el término neobarroso, propuesto por Néstor Perlongher.

¿En qué división puede ubicarse este poemario? Por la intencionalidad poética y las referencias al barroco del siglo XVII, estaría dentro del neobarroco, dado que desafía al lector a sumergirse en un mar de significados e imágenes; no obstante, en La sombra de mi padre existen también recovecos que se apuntalan como un rezo, al margen de cualquier delimitación de la métrica. Es decir, el libro posee elementos en común tanto del neobarroco como de la poesía conversacional, asunto que deriva en una estética híbrida.

A medio camino del neobarroco y lo conversacional, lo escrito por Bernal Granados rompe con cualquier etiqueta que intente aprisionarlo. Ya he compartido versos que corresponden a lo neobarroco; no obstante, habría que añadir un ejemplo del lado conversacional que contiene el libro: “Tu canto proferido por tu voz/ Tu canto en el tenor de los adioses/ Tu canto en la llaga de mi carne/ Tu canto en la oración de la mañana/ Tu canto en una partícula de polvo/ Tu canto como un nido de pájaros / Tu canto como una ensoñación”. (pág. 51)

Por su parte, Bernal Granados hace que hable su progenitor y muestre las entrañas, su alma. El poemario puede leerse también como una serie de imágenes sobre un naufragio y evocaciones de mucho dolor que remiten a una devastadora agonía. En cierta forma, no hay piel que lo contenga. Hay, más bien, un lugar donde la carne se vuelve palabra, y la palabra residuo. Porque… “El pensamiento es transparencia/ pero también/ el pensamiento es memoria de aleteo// memoria de luciérnagas que adoptan/ las manchas que humedecen las paredes// nubes caprichosas en el cielo/ cuerpos reclinados y turgentes” (pág. 44).

Sin duda, se trata de un poemario cercano a un poliedro, con distintos lados por explorar y no pocos vértices que condensan la esencia de la vida humana.


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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • mcambriz@hotmail.com
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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