Cultura

Los sueños de Esther Seligson

Hace casi cuarenta años, la UAM publicó este volumen en la misma colección de narrativa. Y ahora se reedita, con algunas modificaciones hechas por la autora en 2006, tomando como referencia la edición definitiva de sus textos en Toda la luz del Fondo de Cultura Económica.

Leer a Esther Seligson (Ciudad de México 1941-2010) es un acto placentero. Sus libros siempre deberían poder encontrarse en las librerías como ocurrió desde el año pasado con la UAM y este año con el Fondo de Cultura Económica, cuando se decidió publicar la narrativa completa.

Seligson ocupa un lugar destacado en las letras mexicanas, debido a los altos vuelos que alcanza su prosa. Introspecciones, referencias al amor y al desamor, indagaciones sobre la soledad y la pérdida de la inocencia. Su exacerbada y sólida visión crítica pone en tela de juicio su fe, el futuro de una sociedad insaciable y, al mismo tiempo, su vida en cualquiera de las etapas que se halle. A veces parece que estamos frente a un pozo de relaciones tormentosas; sin embargo, en medio de esa oscuridad surge la luz con inusual frescura que agranda cualquier sensación, hasta el mínimo detalle relacionado con el tiempo, la naturaleza, los animales, las personas.

Cada reencuentro con la prosa seligsoniana remite a confirmar varias ideas sobre ella.

Primero, que su narrativa, al ubicarse como de alguien adelantado a su tiempo, vino a revolucionar las letras mexicanas. Seligson no tenía la culpa de que sus lectores tuvieran limitaciones, vacíos y que prefirieran un tipo de literatura más comercial. Pocos críticos literarios, en su época, supieron hallar los brillos impregnados en la intensidad de su prosa que nunca se soborna ni claudica ante modas y artífices. Es difícil imaginarla cabildeando premios, ganando favores para ser tomada en cuenta, escribiendo textos complacientes sobre libros que nunca debieron salir de las computadoras de sus autores y menos siendo parte de una cúpula anquilosada que durante mucho tiempo decidía quién sí y quién no merecía tal o cual cosa.

Segundo. La filosofía como médula espinal de sus textos. Nunca se planteó escribir palabras que sonaran bien y que su escritura se resguardara en un artificio (métrico o sin medida silábica), sino que persiste un sustento ideológico en sus argumentos. La prosa fluye de forma acompasada, pero también es porque cuenta con un puerto seguro a donde llegar. Y esa estructura la aportan los filósofos, poetas, narradores e historiadores que fue asimilando a lo largo de los años.

Tercero. La identidad. Es un tema recurrente en sus registros narrativos y de reflexión. A veces el pasado para ella es como un agua estancada al que, de manera absurda, los seres humanos regresamos de nueva cuenta ahí. Pese a que duele e incomoda, insistimos para poder asimilar en qué nos hemos convertido. Aunque claro, si no miramos hacia atrás no podríamos darnos cuenta cómo ha sido nuestra evolución.

Cuarto. La metamorfosis. Ella, su familia y, todos, cambiamos. Dar cuenta de esos ángulos también es uno de sus propósitos. Seligson no es la misma antes del huracán Adrián que después, ni tampoco lo son quienes la rodean, los lugares que visita ni su fe. En la crónica introspectiva empleada en sus viajes, repasa lo que le acontece en medio de la incertidumbre. La naturaleza, el mar, también le inundan la piel y sus exploraciones.

Cinco. La reinvención de los mitos, como sucede visiblemente en este libro. Siendo atenta lectora de Marguerite Yourcenar, Seligson forja sus Fuegos o, mejor dicho, sus “Indicios”. Electra, Antígona, Eurídice, Penélope surgen en estas páginas recordando que uno de sus propósitos es hurgar en la historia de la mitología, hacer que luzca de nuevo la esencia de esos personajes y que no pierdan de vista su propósito en la vida.

Seis. La sutileza. Hay relatos magistrales en estos Indicios y quimeras, que resulta grato volver a leer como es el caso de “El espantapájaros” y “El sembrador de estrellas”. Son textos alimentados por la melancolía, la soledad y, tal vez, el fin último de la existencia. La sutileza queda engarzada en cada frase y en el desarrollo de las historias. Esa sutileza que en nuestra modernidad nada tiene que ver con las novedades editoriales, con excepción de la escritora coreana, premio Nobel 2024, Han Kang, porque lo demás es ruido y vacilación.

Siete. Los sueños. La parte que se titula “Quimeras” también encierra en sus páginas maravillas. El arte de narrar, a partir de los sueños, es una práctica frecuentada por la escritora. Aquí la columna vertebral está guiada por La poética de la ensoñación de Bachelard. Las raíces seligsonianas salen a la superficie convertidas en flores. No podría ser de otra manera. Escritura y sueño, escribir y repensar en esos intersticios de la memoria. Leer y soñar, es la invitación que siempre nos hacen los textos de Esther Seligson.

Una minucia en la edición. Tras la lectura de sus quimeras, el editor soñó a Esther viviendo diez años más y asentó que murió en 2020, cuando en realidad fue una década antes. Por unos momentos, él nos regaló la posibilidad de haber podido leer más textos seligsonianos y compartido más tiempo con ella.


Google news logo
Síguenos en
Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • mcambriz@hotmail.com
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.