Política

Muy dignos y meritorios canadienses, vaya que sí…

Donald Trump no está haciendo otra cosa que descarrilar el comercio mundial —en abierta oposición a los postulados promovidos en su momento por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, apóstoles de la globalización— y ya llegará el momento, más pronto que tarde (aunque el mundo parezca haber resistido la embestida hasta ahora), en que la factura de los aranceles la pagarán los consumidores de los mismísimos Estados Unidos, incluidos los fieles de la cofradía trumpista y los votantes republicanos.

Nos hemos acostumbrado, por lo visto, a lo esperpéntico de la vida pública en estos agitados tiempos. Mussolini fue también un siniestro payaso, es cierto, pero muchos de nosotros pensábamos, luego de que se instaurara en las últimas décadas un orden mundial sustentado en valores tan incuestionables como indestructibles, que no había marcha atrás en los usos de civilidad consagrados por la democracia liberal.

Pues no, miren ustedes: la realidad de las cosas, en estos momentos, está hecha de desplantes, bravatas, bufonadas y, peor aún, de flagrantes violaciones a esos referidos principios, tal y como lo estamos viendo en el accionar de sujetos como Netanyahu (las atrocidades perpetradas por Hamás, avaladas por buena parte de la población gazatí, no justifican que Israel, una nación civilizada, haya dispuesto tan bárbaros ataques en contra de la indefensa población civil), como Vladimir Putin, como Nicolás Maduro y, en espera de que el personaje termine por exhibir su rostro más descarnado, como el propio The Donald.

Nadie sabe para quién trabaja y Mark Carney, el primer ministro canadiense, le debe su victoria en las elecciones, justamente, al presidente de su vecina nación: los votantes del país de la hoja de maple, agraviados e inquietos luego de que Trump soltara sus amenazas y ofensas de bully, se desentendieron de apoyar a Pierre Poilievre, el candidato conservador y favorito hasta esos momentos, y eligieron a un liberal, precisamente quien ahora enfrenta la última y más dura ofensiva del gobierno estadounidense, al punto de que se han suspendido las negociaciones comerciales entre los dos países.

El inquilino de la Casa Blanca, como suelen los escribidores referirse al presidente de la nación más poderosa del planeta, es un individuo al que hay que rendirle pleitesía y satisfacerle las extravagancias de su desmesurado ego. Por poco que en alguna circunstancia sus socios o interlocutores parezcan salirse del guión impuesto por el reyezuelo, las represalias están a la vuelta de la esquina: es un tema de constantes complacencias para darle gusto al señor, un personaje desaforadamente egocéntrico llegado de manera asombrosa a la máxima magistratura de un gran país siendo —pellízquense ustedes, amables lectores, para comprobar que no están sobrellevando las inclemencias de un mal sueño— que su antecesor fue, ni más ni menos, un hombre del calibre de Barack Obama.

No nos ha tocado, todavía, un trato tan descomedido como el que merecen ahora los canadienses. Pues, no nos ilusionemos, por favor…


Google news logo
Síguenos en
Román Revueltas Retes
  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.