Es frecuente en analistas, periodistas y medios de comunicación que critiquen duramente a los gobernantes que ya se fueron y que sean zalameros con los recién llegados.
Muchos que adularon a Tartufo durante seis años (o moderaron sus críticas para no enojarlo) ahora lo fríen en su propia salsa y le dicen el huevo y quién lo puso, alegando que los engañó. Tal vez a unos eso les pasó, pero otros en realidad han sido y son acomodaticios, cobardes y lambiscones. Eso sí, se ufanan de lanzar estocadas a moro muerto; y queman incienso, ocote, zacate y otras yerbas como tributo sagrado a la encargada del mostrador, quien milagrosamente pasó en seis meses de simple corcholata a mandamás por seis años.
Les toca adorar a “la mejor gobernante del mundo”, no de justipreciar sus dichos y sus hechos, por dañinos y perversos que resulten para la República. Es tiempo de cerrar los ojos ante sus desmanes y de encontrar en ella, a como dé lugar, todas las más excelsas virtudes que en el mundo han sido.
Que llegó a la Presidencia de México por una elección de Estado, con el pillaje de recursos públicos, la cooptación de menesterosos y el apoyo del narcotráfico, no importa porque es la valiente defensora de la soberanía y la independencia nacionales.
Que culminó la destrucción del Poder Judicial, iniciada por Tartufo, es pecado menor pues nos dio “el sistema de justicia más humano y democrático del mundo”.
Que la nueva Ley de Amparo ampare a gobernantes y desampare a los ciudadanos no agravia porque “evitará que los ricos abusen de ese procedimiento”.
Que la próxima reforma electoral cierre las puertas a las oposiciones será pulcramente democrática porque ese fue el mandato popular que recibió.
Que vaya contra los lujos del pasado es maravilloso pues no hay pruebas de ilicitud en las riquezas de sus secuaces que hace poco eran unos mugrosos, resentidos, sin oficio ni beneficio. Además, ya les pidió “no ostentar sus riquezas”.
Que solape a los encumbrados en Morena y La Barredora, que robaron al erario 600 mil millones con el huachicol fiscal, se justifica; hay que cuidar la herencia de Alí Babá, el humilde que siempre ha vivido de la caridad pública.
Quien diga que ya pasó lo peor y que vamos “requetebién” miente a sabiendas o vive en Marte. México va directo a su mayor devastación y barbarie.
Es imperativo ético combatir al gobierno probadamente incompetente, corrupto y destructor. Las trincheras son dos: nos acomodamos con los depredadores o luchamos por nuestras libertades y derechos, principalmente en rescate de los más desvalidos.
Según Dante, el más oscuro rincón del infierno está reservado para quienes fueron neutrales en tiempos de crisis moral; y nuestros hijos y las nuevas generaciones juzgarán más severamente a los cobardes que nada hicieron por salvar a México.