Aunque parezca ser aberrante, hay sucesos abominables que también provocan consecuencias valiosas. Esto sucedió con el asesinato a mansalva del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, el primero de noviembre pasado.
Esta horrenda tragedia despertó a millones de conciencias que lanzan un sonoro ¡ya basta! Esa atrocidad, y las que recientemente ultimaron al líder limonero Bernardo Bravo y tantos más, y que enlutan diariamente a México, nos deben hacer levantar la voz de manera permanente, y unirnos como ciudadanos para limpiar el Palacio Nacional y muchas oficinas públicas, que son auténticas guaridas de rufianes que medran a costa del destino de 130 millones de seres humanos.
Carlos Manzo fue un hombre bragado y de valores a prueba de fuego. Advirtió públicamente que podrían pisar su cadáver pero que jamás claudicaría. Y cumplió. Abandonado a su suerte por el maldito narcogobierno que padecemos, decidió luchar temerariamente en contra de quienes actúan con horrenda bestialidad dentro y fuera de la estructura gubernamental, y que han hecho de México su presa permanente y desvalida.
Carlos Manzo fue un verdadero patriota: amó y sirvió a sus gobernados, no como esos que alardean de “honestidad valiente” y capitanean a voracísimos ladrones que le rinden culto al “pueblo bueno” mientras lo despojan y envilecen.
Dejó a su joven mujer y a sus dos pequeños hijos, pero sus últimos momentos quedaron plasmados en una potente fotografía: se le ve abrazando a una de sus criaturas, y ambos mirando al cielo que lo esperaba. Estaba condenado a ser acribillado por su valor y grandeza (lo que los miserables no perdonan) pero su muerte fue maravillosa porque en un instante pasó con merecida gloria a la eternidad.
Ojalá que las multitudes en Uruapan y en muchos municipios de Michoacán sean preludio de lo que pronto veamos en las calles y plazas del país; y que se escuche en todas partes el grito ensordecedor de: ¡Fuera zánganos malparidos!
Insisto: nuestro principal problema consiste en que la mayoría de los ciudadanos teme a los malos gobernantes, que son un pequeño manojo de bribones; y la solución implica que sean éstos los que teman a los ciudadanos. Somos millones los hombres y mujeres que queremos ser libres y trascender como personas, y nos negamos a soportar a una gavilla de cínicos envalentonados. Su poder es infinitamente menor que el poder ciudadano.
Construyamos con valor y dedicación el México que anhelamos. Que ningún resentido agazapado o su arpía (con H o sin H) nos sigan humillando. En 2026 usarán mil millones de millones para su propaganda tramposa y la compra de votos. Nosotros tenemos la ley, la voz, las calles y las redes sociales. Evitemos que los heroicos sacrificios de Carlos Manzo, Bernardo Bravo y muchos más resulten inútiles. ¡Ánimo! ¡No nos vencerán!