Política

Los adultos no sonríen

  • En la tormenta
  • Los adultos no sonríen
  • David Herrerías Guerra

Como parte del trabajo que hacemos en la zona marginada de Las Joyas, realizamos autodiagnósticos periódicos, hasta hace poco, sólo con la participación de los adultos. La violencia aparece con mucha insistencia, pero los adultos hablan siempre de la violencia externa: los robos a las casas y en la calle, las agresiones en el autobús... El año pasado incorporamos en los diagnósticos la voz de los menores y ¡sorpresa! ahí sí aparece la violencia doméstica y frases tan cargadas de contenido como la que encabeza este artículo. Los niños y niñas hablan de la falta de respeto entre los adultos, del maltrato a los abuelos y a las personas con capacidades diferentes; de los agravios a la pareja y de las vejaciones a ellos mismos, por parte de sus padres y de sus hermanos.

Tenemos muchas evidencias la gravedad de la violencia doméstica, pero cuesta mucho trabajo hablar de ella; pareciera que ser soterrada, y muda estuviera en su naturaleza. Es como si hubiera un consenso social en el sentido de que este tipo de violencia pertenece al ámbito privado y no hay mucho que hacer desde fuera: “entre esposos y parientes que nadie meta los dientes”, dice uno dicho popular. Ese espacio, cuya intimidad pudiera imaginarse como garante de la seguridad de sus miembros más vulnerables, se convierte, en virtud de esa privacidad, en el lugar donde los niños y niñas reciben las peores heridas físicas y psicológicas.

La violencia intrafamiliar en México se incrementó en un 72% del primer trimestre de 2015 al mismo periodo de 2019, en el que se registraron más de 44 mil carpetas de investigación. Esto no considera, desde luego, la cifra negra, que en este delito es enorme. La Ciudad de México, Nuevo León y Guanajuato, abanderan esta lista. No es posible que este problema sea tratado como un simple tema más en la agenda social del gobierno y que el asunto no esté en el centro de la pastoral de las Iglesias; o que las empresas consideren que es un problema que pertenece solo al ámbito privado de sus trabajadores. Existen una relación entre los primo-delincuentes y las condiciones de violencia en sus hogares: 8 de cada 10 reclusos han sufrido en la niñez violencia directa o la han presenciado entre los adultos de sus familias.

Es preciso plantear estrategias transversales, mucho más ambiciosas, para erradicar este mal. No basta con hacer campañas, porque, muchas veces, la violencia es callada por vergüenza o por temor y las campañas, por sí solas, pueden re-victimizar a las personas, que, además del ser golpeadas, tiene el estigma de ser “dejadas”, o cobardes. Muchas de las víctimas no ignoran que vivir en una situación permanente de violencia esté mal, pero no tienen las herramientas para oponerse a ella. La vulnerabilidad a la violencia doméstica se da por la asimetría de poder. Los débiles mantienen una relación de confianza-dependencia con los fuertes y eso los hace más vulnerables y, al mismo tiempo, más incapaces de denunciar o de enfrentarse a sus agresores. Ofrecer espacios de trabajo y estudio adecuados a las mujeres que les ayude a ser más independientes; espacios para los niños, niñas y adolescentes en los que puedan expresarse y empoderarse para lanzar hilos de auxilio hacia fuera del espacio familiar; facilitar espacios de expresión a las mujeres y menores fuera del ámbito familiar, como las iglesias, las fábricas, las organizaciones de la sociedad civil, son algunas de las estrategias, que debemos emprender urgentemente. Porque los niños y niñas violentados hoy serán esos “adultos que no sonríen” mañana.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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