Quizás Zapata sea el héroe más auténtico de nuestra Revolución Mexicana, Su lucha era genuina y nacía de la condición de injusticia en la que habían vivido los campesinos. Desgraciadamente, el revolucionario morelense no ganó la Revolución y aunque hubo un reparto de tierras, no se crearon las condiciones en las que la situación de los hombres y mujeres pequeños agricultores prosperara. El campo ha sido siempre una cuenta pendiente. En la segunda mitad del siglo pasado, se apostó por el desarrollo industrial-urbano, e importó más que las ciudades tuvieran acceso a alimentos baratos que a garantizar el desarrollo de los pequeños productores. Durante muchos años, por ejemplo, los gobiernos prefirieron controlar el precio de las tortillas en las ciudades, a costa de mantener bajo el precio del maíz. Durante el giro tecnocrático surgen otras formas de producción agrícola que siguen dejando al margen a los pequeños y medianos productores, quienes huyen a las ciudades o se emplean al servicio de los grandes agricultores que logran sobrevivir, principalmente por las exportaciones.
Hoy el campo sigue siendo un gran pendiente, y la situación es quizás más compleja; los que cultivan nuestro maíz lo gritan ahora en las carreteras. La importación de este grano a gran escala ha provocado una caída en los precios que se pagan a los productores mexicanos, mientras se enfrentan a mayores gastos en insumos, como fertilizantes y agroquímicos, lo que reduce su margen de ganancia.
Fenómenos como sequías, inundaciones, heladas y granizadas se han vuelto más intensos y recurrentes, afectando la producción de maíz y la seguridad alimentaria del país. Y a eso se le suma la peor de las plagas, el crimen organizado, que encarece los procesos de siembra, cuidado y comercialización. Frente a esto, los productores denuncian la falta de programas gubernamentales que garanticen la viabilidad económica del campo, como precios justos o la protección contra la volatilidad del mercado. Sus propuestas son bastante atendibles: un precio mínimo para sus cosechas de maíz; exclusión del maíz y el sorgo de los acuerdos comerciales y restricción de las importaciones para proteger la producción nacional de la competencia extranjera, que abarata el mercado.
El descuido del campo y otros factores han ido haciendo que el campo se abandone. A principios del siglo XX solo el 10% de la población vivía en urbanizaciones de más de 15 mil habitantes. En los años cuarenta se inicia una migración masiva a las ciudades. En 1950 la población urbana era ya del 40% y en 1980 era ya del 60%. Actualmente solo el 7% de la población es rural. Esta desproporción contribuye, quizás, a que nuestra mirada pocas veces se pose en esos pocos productores que, sin embargo, nos siguen alimentando. Esa es la razón por la que ahora cierran las arterias que unen a las ciudades. Puede que sea molesto, pero si una revolución no trajo justicia al campo… Hay que atender sus reclamos: sin maíz, no hay país.