Algo está pasando en el universo que todo el mundo se está muriendo. Si no es por la pandemia, es por la edad. Si no es por accidentes espantosos, es por asaltos violentísimos.
Ya me da miedo mirar el celular o meterme a las redes sociales porque cada vez que lo hago, invariablemente me entero de que murió otra figura pública, otro amigo, otro familiar.
Y luego viene esta impotencia espantosa de no poder ir a los sepelios porque o están cancelados o son zonas de alto contagio. Y ni modo de mandar flores porque no hay dinero.
No recuerdo otro Día de Muertos así. Antes, nos burlábamos de la muerte, jugábamos con ella.
Ahora, cada objeto que le ponemos a la ofrenda es una lágrima, un guiño de terror.
¿Qué tal si el siguiente en morir es alguien todavía más cercano? ¿Qué tal si somos nosotros?
Sí, yo sé que la muerte es algo natural y que muchas de las personas que han estado muriendo ha sido porque “ya les tocaba”.
Pero antes no se sentía así. ¿Será que con el covid-19 los algoritmos que rigen nuestra información descubrieron la palabra muerte y ahora no hacen otra cosa que llevarnos de defunción en defunción?
Todavía no nos reponíamos de la tristeza del fallecimiento de Ricardo Blume cuando ya nos estábamos enterando de la partida de Sean Connery.
Y en eso estábamos cuando nos dicen que murió Lucy Tovar. Todavía no terminábamos de digerir esta desgracia cuando nos informan de la muerte de Magda Rodríguez.
No hay ofrenda que permita tantas fotos, corazón que soporte tanto dolor ni industria que pueda reaccionar adecuadamente a esta avalancha de tragedias.
¡Y yo que estaba llorando en privado a Alfredo Palacios! ¡Y yo que sollozaba recordando a Héctor Suárez! ¡Y yo que seguía sin resignarme a la muerte de Edith González!
Que Dios te tenga en su santa gloria, Cecilia Romo. Hasta siempre, Héctor Ortega. Te acababa de ver, Raymundo Capetillo. Te voy a extrañar, Wanda Seux. Quedó pendiente la entrevista, Manuel El Loco Valdés.
¿Te acuerdas cuando nos tocaste el acordeón en el programa, Celso Piña? Siempre vas a estar en mi corazón, Fernando Luján. ¿Sí alcanzó a ver la serie que le recomendé, señor Jorge Vergara?
¡Gracias por acordarte de mí cada Navidad, Mónica Miguel! Me encantó conocerte, Óscar Chávez. Te debo más de lo que te imaginas, Jaime Humberto Hermosillo.
Fuiste un maestro excepcional, querido Marco Julio Linares. Qué lástima que no nos vimos cuando hice el especial de El pecado de Oyuki, Yoshio.
Usted siempre me saludó con cariño, Aarón Hernán. Nunca habrá mejor definición de la felicidad que la de tu canción, Gualberto Castro.
¿Por qué te fuiste, José José? ¿Verdad que de repente vas a aparecer como en un truco de magia, Chen Kai? No nos dejes, Chamín Correa. No te vayas, Xavier Ortiz.
Me arrepiento de no haberte dicho lo mucho que te admiraba, José de la Colina. De no haber peleado por una charla contigo, Paul Leduc. De no haberte abrazado, Pilar Pellicer.
Cuánto me duele no volver a verte, Armando Ramírez. Sigo pensando que un día te voy a encontrar en la calle, Armando Vega Gil. ¿Dónde vamos a hallar otra estrella como usted, Sonia Infante?
Siempre voy a llevar tu voz en el alma, Luis Alfonso Mendoza. Usted cambió la historia de la televisión, María Idalia. ¡Gracias!
¡Gracias a ti, Rosita Fornés! ¡A usted, doña Beatriz Aguirre! ¡A ti, José Luis Ibáñez! ¡A usted, Gabriel Retes!
Mi Flavio, ¿a quién le estás contando chistes en el cielo?
Son tantos los recuerdos, Xavier Loyá, Madeleine Vivó, Eduardo Fajardo, Alejandro Algara, Lulú Parga, Roberto Sosa Rodríguez, Enrique Muñoz y Alma Moreno.
Son tantas las cosas que quedaron pendientes, Arturo Alba, José Loza, Renée Dumas, Gabriel Fernández, Emma Rodríguez, José Antonio Ferral, Lola Jiménez, Alejandro Cárdenas y todos los demás.
Jamás había llegado a un Día de Muertos así, tan triste. Jamás me había tocado un Día de Muertos así, con tantas almas visitándonos al mismo tiempo. Recibámoslas con amor. Atendámoslas con respeto.
Algo está pasando en el universo que todo el mundo se está muriendo. Hoy, más que nunca, hay que apreciar la vida. Hoy, más que nunca, hay que gritar ¡Viva la muerte!
alvaro.cueva@milenio.com