Le faltó sincronización al “humanismo mexicano” que tanto cacarean los adalides de doña 4T. Era una suerte de condena, lo de no tener otro remedio que instaurar generosas políticas públicas a destiempo porque, hay que reconocerlo, recibieron un país ya bastante descompuesto de por sí.
Herencia maldita del denostado PRIAN, oigan ustedes, aunque el nefario corporativismo y las perniciosas políticas clientelares instauradas, sobre todo, por el rancio nacionalismo revolucionario las vinieron ellos, los de Morena, a empeorar.
Tampoco le han resultado tan bien las cosas al nuevo partido de Estado porque, en lo que toca a ser humanitarios y bienhechores, han dejado un país sembrado de cadáveres y personas desaparecidas.
Con el permiso de los adoradores del oficialismo, permítanme ustedes exponer algunos datos sobre esta situación: 800 mil mexicanos fallecieron en la pandemia del SARS-CoV-2, consecuencia directa de la criminal inoperancia, insensibilidad, cinismo y dejadez de un infame demagogo zalamero, de nombre Hugo López-Gatell, un tipo que debería de estar compareciendo ahora ante un tribunal en lugar de haber sido premiado con un cargo en el extranjero por sus muy humanistas pares en el poder.
¿Otro dato, tan contundente como irrebatible, para poner todo en su lugar? En Japón, un país que tiene una población un tanto menor a la de México, 125 millones de habitantes en números redondos, fallecieron 74 mil personas. ¡Diez veces menos!
Siguiendo con las cifras, las que tan humanitariamente maquillan los morenistas para calificarnos de “carroñeros” a quienes se las ponemos delante de las narices, en el sexenio del caudillo reformador fueron asesinados 200 mil compatriotas nuestros, un siniestro récord que no se le puede endosar a ninguno de los anteriores regímenes, y 50 mil más desaparecieron de la faz de este planeta, no siendo considerados como gente exterminada por razones estrictamente contables pero, en los hechos, igual de ausentes, esos 50 mil seres humanos, que los muertos.
En fin, volviendo al asunto de concordar las acciones gubernamentales a cierta temporalidad, la mera evocación de la espeluznante violencia criminal que sobrellevamos en este país desde hace años remite a lo que pudiera ser uno de los enunciados del mentado “humanismo mexicano”, a saber, la frase “abrazos y no balazos” entonada tantas veces desde el púlpito presidencial.
Se refiere, imaginamos, a implementar acciones de declarado corte social para edificar un entorno armónico y prevenir así las conductas criminales, sobre todo en los jóvenes.
Muy bien, la intención nos queda más o menos clara pero el gran problema, como lo estamos viendo todos los días los mexicanos, es que los delincuentes ya están ahí y, sobre todo, que su descomunal y aterrador salvajismo los coloca, como individuos, en el apartado de quienes no van ya a enderezar el camino a punta de indulgencias. Necesitan ser simplemente neutralizados.
No era ya el momento, entonces. Y ahora, todavía menos...