En las montañas de la sierra Otomí–Tepehua, donde las brumas se enredan entre cafetos centenarios, manos indígenas cultivan un secreto a voces: un café de altura que narra historias. No por nada Hidalgo ocupa el sexto lugar nacional en producción, pero sus desafíos son tan profundos como las raíces de esas plantas.
La producción se concentra en 14 municipios de las regiones Otomí-Tepehua, Sierra Alta y Huasteca, donde familias viven entre cafetales que son su herencia… y también su condena: parcelas de menos de 2 hectáreas, plantas envejecidas y suelos exhaustos evidencian una batalla contra el tiempo porque un gran porcentaje de los cultivos sufre el azote de la roya, un hongo que devora hojas y esperanzas por igual.
Huehuetla, San Bartolo Tutotepec y Tenango de Doria forman el corazón de la zona Otomí-Tepehua, donde el café crece bajo sombra de árboles nativos. En estas tierras, los productores hablan más tepehua que español, y sus técnicas mezclan saberes ancestrales con la urgencia por sobrevivir. Cada cosecha es un ritual que comienza antes del amanecer, con canastas de otate y pies descalzos que conocen cada pendiente.
Tlanchinol y Calnali, en la Sierra Alta, guardan cafetales escalonados como terrazas prehispánicas. Aquí el problema no es la falta de amor por la tierra, sino el aislamiento: caminos sinuosos, falta de maquinaria y precios que los intermediarios fijan sin piedad. Un quintal de café se vende en mil 500 pesos, en tiendas especializadas el mismo grano multiplica su valor diez veces.
La paradoja es cruel: Hidalgo produce café del tipo arábigo en alturas de entre de 800 y mil 500 metros sobre el nivel del mar, ideal para perfiles con notas florales y cítricas, pero su nombre no está en los mercados gourmet como Chiapas y Veracruz que acaparan reflectores; los productores hidalguenses venden su cosecha sin marca.
La capacitación es otro frente. Talleres sobre podas, fertilización orgánica y control biológico de plagas chocan con realidades como el analfabetismo funcional y la desconfianza generacional. “Mis abuelos lo hacían así”, escuchan los técnicos en lengua náhuatl, mientras muestran trampas artesanales para el broca del café.
Chapulhuacán y Pisaflores, en la Sierra Gorda, ejemplifican el círculo vicioso: su café viaja a Tampico o Puebla para ser mezclado con otros y perder identidad.
Sorprende descubrir que en Yahualica y Huazalingo, en la huasteca, sobreviven técnicas de fermentación en pozas de piedra que realzan sabores achocolatados. Son métodos que podrían interesar a tostadores especializados, pero faltan canales para conectarlos con mercados nicho.
Por supuesto, hay quien intenta reposicionar la denominación de origen, aunque el camino es lento. Mientras tanto, cooperativas como Tosepan Titataniske (“Unidos Venceremos”, en náhuatl) exportan pequeñas partidas a Europa bajo el sello de comercio justo, demostrando que la calidad existe cuando el precio lo valora.
En la Expo Café productores de Lolotla y Xochicoatlán mostraron lotes con notas a vainilla y caramelo, fruto de secados lentos en patios de cemento. Estos esfuerzos artesanales contrastan con la realidad de que el 60% de los cafeticultores hidalguenses vive con menos de 100 pesos diarios.
El turismo rural emerge como alternativa. En Agua Blanca, familias ofrecen experiencias “del cafetal a la taza”, enseñando el proceso desde el despulpado manual hasta el tostado en comales de barro. Son iniciativas frágiles que dependen de carreteras en mal estado y la volatilidad del clima.
A ese panorama se suma el cambio climático acorta los periodos de lluvia, alterando floraciones. En 2019, una helada atípica en zonas altas de Metztitlán arrasó con 300 hectáreas, recordando la vulnerabilidad de quienes dependen de un solo cultivo.
A pesar de todo, hay esperanzas. Jóvenes como María, ingeniera agrónoma de Huehuetla, promueven bancos comunitarios de semillas nativas y con una frase invita a degustarlo: “nuestro café sabe a tierra mojada y a historia”, dice mientras enseña análisis de suelos con aplicaciones en su smartphone.
Penosamente, el futuro del café hidalguense pende de un hilo entre tradición y modernidad. Requiere inversiones, acceso a créditos y, en especial, reconocimiento porque, es innegable, detrás de cada grano hay generaciones que resisten…