Aristóteles decía que el ser humano es un zoon politikon, un animal destinado a vivir en comunidad y, por lo tanto, inevitablemente político. No hace falta citarlo para verlo: desde que abrimos los ojos hasta que cae la noche tomamos decisiones, defendemos intereses, negociamos espacios, alzamos la voz o nos callamos para evitar conflictos.
Política es respirar en sociedad. Política es existir entre otros.
Por eso sorprende —o tal vez ya no tanto— la facilidad con la que desde el poder se descalifica cualquier expresión que incomode.
Los campesinos y transportistas que bloquearon las carreteras del país, como en Altamira, la Tampico-Mante a la altura del puente la Esperanza, no son seres apolíticos recién contagiados de ideología por fuerzas oscuras, como sugirió la secretaria Rosa Icela Rodríguez al señalar que los líderes “pertenecen al PRI, al PAN y al PRD”.
¿Y qué esperaban? ¿Que en medio del campo brotara una casta de ciudadanos esterilizados, sin pasado ni filiación, aptos para protestar solo si coinciden con la narrativa oficial?
Si toda acción humana es política, acusar a otros de tener “motivaciones políticas” es un acto de ingenuidad… o de manipulación. El gobierno también hace política cuando negocia, cuando administra, cuando decide a quién escucha y a quién no.
Lo político no se mancha en un bloqueo, ni se purifica desde un podio institucional. Pero en tiempos donde el discurso busca repartir certificados de legitimidad, la política deja de ser una condición humana para convertirse en privilegio de unos cuantos.
El núcleo del asunto no es si el bloqueo fue excesivo o si afectó a terceros, sino el doble rasero con el que se juzga cualquier inconformidad. Si la protesta beneficia al gobierno, es un ejercicio ciudadano. Si lo contradice, es complot, manipulación o, peor aún, un eco del “pasado”. La etiqueta se acomoda según la conveniencia del día.
Tal vez habría que recordarlo con sencillez: protestar también es hacer política. Y los campesinos o transportistas, como cualquier persona que se siente ignorada, tienen derecho a ejercerla. Negarlo es negar nuestra propia naturaleza social.
Y, sobre todo, es intentar imponer una versión de país donde solo algunos pueden reclamar y los demás deben esperar turno… o silencio.