El proyecto del BRT para el sur de Tamaulipas presume modernidad, trazos limpios y un discurso de movilidad que intenta ponerse al día con las ciudades que ya entendieron que mover gente es tan importante como mover la economía.
Sobre el papel, el sistema luce impecable: carriles confinados, estaciones elevadas, rutas alimentadoras, intermodalidad y hasta una eventual transición hacia unidades eléctricas. Pero el problema no está en la ingeniería, sino en el terreno donde quieren plantarla.
La avenida Hidalgo, columna vertebral del proyecto, es una vía concebida para un Tampico de otras décadas. Hoy sostiene una carga vehicular que la rebasa: taxis que operan sin norma, microbuses viejos, plataformas digitales que multiplicaron autos y un enjambre creciente de motocicletas.
Intentar insertar un carril confinado en una arteria que ya no respira es, técnicamente, una apuesta riesgosa. No imposible, pero sí enormemente disruptiva, y lo curioso es que nadie ha explicado cómo se gestionarán las afectaciones, los cierres, las alternativas o el rediseño del flujo vial.
Los estudios de mecánica de suelos y topografía pueden estar avanzados; los renders pueden ser seductores; los discursos pueden hablar de transformación… pero el desafío real está en el ajuste fino: ¿cómo adaptar un sistema moderno a un espacio saturado sin agravar el tráfico, sin afectar comercios y sin provocar un colapso temporal que la ciudadanía no tolerará?
En el contexto financiero. El gobierno estatal entra en la segunda mitad del sexenio, fase donde los recursos se vuelven escasos y las prioridades se achican. A nivel federal, el panorama no es alentador: 2026 pinta para ser un año de recortes y de una preferencia casi absoluta por programas sociales sobre infraestructura.
Un BRT no se construye solo con intención; necesita flujo constante de capital, estabilidad política y un margen de maniobra que hoy se ve frágil.
Por eso, más allá del diseño, la duda es inevitable: ¿tiene realmente la ciudad, el gobierno y el momento histórico la capacidad de sostener un proyecto de esta escala?
Técnicamente es posible, pero políticamente vulnerable y urbanísticamente incómodo. Puede avanzarse en estudios, mesas, consultas y promesas; pero el verdadero obstáculo no está en los planos, sino en la realidad concreta de una ciudad que ya no cabe en sí misma.
Y si no se reconoce ese límite, el sistema nacerá condenado a ser otro proyecto brillante que jamás tocó el asfalto.