Como parte de su preparación, al Suboficial Rojas lo enviaron a un curso especializado a España.
Al paso de los días, se creó una relación de confianza con sus compañeros de la Policía Nacional de España. Intrigados, le preguntaron al Suboficial mexicano por qué los policías en México y en América Latina, eran corruptos.
Desde la lógica de las y los policías españoles, cuya institución se creó en 1824, la corrupción podría hacerles perder todo: proyecto de vida, el reconocimiento de la sociedad, ser el orgullo de su familia.
No tenía sentido perder lo más, por lo menos. Así piensan policías que pertenecen a una Policía con ya casi 200 años de creación, que ha sobrevivido a los distintos cambios de régimen, a los partidos políticos y en la que incluso tienen el derecho de formar parte de un sindicato.
¿Un control de confianza periódico para ver si el policía era corrupto? “Una vacilada”, decían, en un país en donde los polígrafos son parte de las exposiciones de antigüedades en museos.
¿Por qué en México las y los policías, así como hoy en día, quienes realizan labores de seguridad pública se corrompen? No importa cada cuánto tiempo reinventemos el nombre de las instituciones, las combinemos, desaparezcamos, reorientemos, seguirá ocurriendo.
¿Cómo transitar de “policías” corruptibles a verdaderos y verdaderas servidoras públicas para la protección y servicio de la ciudadanía?
He aquí algunas recomendaciones:
• Iniciar con un buen reclutamiento, que capte a quienes a partir de una vocación, harán de la función policial la vía para ganarse la vida, a diferencia de contratar a quien busca un trabajo por un sueldo.
• Brindar un sueldo digno, con la posibilidad de lograr estímulos en base al esfuerzo y no que provoque el mínimo esfuerzo.
• Hacer de la doctrina policial una forma de vida, donde los valores y principios estén bien sembrados y cultivados día con día.
• Promover y fortalecer la capacitación de liderazgos, no solo formales, sino aquellos que en las corporaciones son indispensables para lograr el espíritu de cuerpo.
• Brindar certeza laboral, con reglamentos y legislación clara, que garantice no solo los derechos laborales, sino además un proyecto de vida.
• Hacer de las prestaciones, un motivo de cohesión familiar, para fortalecer el compromiso institucional incluso desde el hogar.
• Apostar por el salario emocional, que provoque que las y los policías den más de sí mismos en tareas que a veces parecieran imposibles.
• Corregir en privado y reconocer en público, en ambos sentidos, de manera ejemplar.
• Promover a diario el sentido de pertenencia y el orgullo por la institución a la que se sirve.
• Apostar por la supervisión en todos los niveles de mando.
• Crear transiciones y evitar los ascensos o cambios súbitos que descontrolen e incluso “mareen” al integrante.
• Hacer de la empatía y la solidaridad, valores presentes hacia la ciudadanía, pero también al interior de la Institución.
• Hablar de las consecuencias, tanto de la integridad como de la corrupción.
• Mantener canales de comunicación abiertos en lo horizontal y lo vertical, especialmente aquellos que se orienten a señalar conductas indebidas por los pares.
• No normalizar lo incorrecto, ni en lo pequeño.
• Brindar espacios y actividades para el desarrollo personal de las y los policías, que vayan desde la literatura, la música, el arte o el ejercicio.
¿Somos una raza corrupta? No lo creo. ¿Se han generado las condiciones para que haya corrupción? Sin duda: la incertidumbre es uno de sus pilares fundamentales.
Hablemos de integridad policial y no de combate a la corrupción. Hablemos de Instituciones y no de personajes. Hablemos de bien común y no de estilos.
¿Tendremos alguna vez una policía civil al servicio de todo México, que pueda cumplir al menos cien años?
Casi lo logramos. Ojalá lo podamos volver a intentar.
Sophia Huett