Según la Biblia, Jesús ha prometido regresar a la tierra algún día (Juan 14:3).
En la actual Semana Santa, de manera preponderante los mensajes recibidos envolvieron deseos, anhelos, pensamientos, la esperanza de que en la vida actual en el mundo seamos capaces de lograr la paz entre los hombres.
Y se propone que la Fe sea firme, sea el camino al reencuentro con la armonía y, ante todo, con el amor humano.
Un dejo de alegría –y feliz nostalgia- me hizo recordar mi infancia familiar, a mis padres, a mis hermanos, a mis abuelas, a mis tíos y primos en Córdoba.
Cómo es que nos inculcaron, de forma inteligente y con mesura, la creencia en este pasaje bíblico y recorrer en silencio las iglesias, escuchar la palabra de los padres o párrocos, ser testigos de la procesión del Viernes Santo, la ceremonia que en cada templo se ofrecía en rememoración de la crucifixión de Jesucristo.
Sí, de niño absorbí lo que se convirtió en enseñanza, un aprendizaje que me ha durado porque lo creí sin imposiciones, sin autoritarismo, fue con amor, con un convencimiento de mis mayores en tránsito hacia mis años posteriores.
Al residir en la Ciudad de México en mi etapa universitaria, no dejé de ir a Iztapalapa a ver de cerca el viacrucis, un evento que a nivel mundial ha cobrado nombre.
Sí, acaparó mi atención observar a quienes, mujeres y hombres, niños, jóvenes y adultos, por voluntad propia participaban en dicha ceremonia y se metían tanto en sus caracterizaciones que alguna pare del público, iztapalapense, chilango, nacional o extranjero, se transmutaba espiritualmente en el acto.
Era conmovedor saber el impacto de ese montaje histriónico de su personalidad. Como conmovedor fue ser testigo, y reporté para La Opinión (hoy Milenio), al lado del excelente fotógrafo Guillermo Solís, la tragedia del viernes santo en el Cristo de las Noas, o Cerro del Cristo el 1 de abril de 1983.
Cuánto dolor y pena, cuánto luto.
La pasión de Cristo, la creencia en Él, la socialización de su palabra, su mensaje, la adjudicación de milagros, su lucha contra las injusticias, por el respeto a los pobres, a la mujer, a los niños, sanar a los enfermos; su crítica a los ricos y poderosos abusivos –que no han faltado en la historia de la humanidad-, la emancipación de la prostitutas… Dios hecho hombre para salvarnos.
Pero no. La realidad es una y es cruda. Es la otra cara de ese mundo amable que apenas si asoma en estos días denominados santos.
Millones de pobres, millones de víctimas, millones de seres humanos que apenas sobreviven, que apenas comen, que apenas duermen, que apenas tienen agua para sus más elementales necesidades; las múltiples guerras, los interminables asesinatos, las numerosas enfermedades, calamidad tras calamidad, las tragedias que enlutan, el engaño y la mentira, la corrupción, el pensamiento avieso, perverso, lleno de maldad.
Parece, empero, que esto nos gana y la sociedad mundial padece, sufre, se desgasta, muere rota, sin reconciliarse.
Así, ahí, se empoderan los perversos, los hombres malos, que aparecieron desde los tiempos más remotos, e incluso cercanos a Jesús. La traición a flor de piel
Hoy, tienen nombres y apellidos, y lo mismo nacen en los países más desarrollados, industrializados, tecnologizados, potencias científicas y capitalistas, que en muchos países rezagados, explotados, menospreciados, abusados.
Los desequilibrios como resultado de pensamientos alterados, racistas.
¿Hace falta que Dios vuelva a la tierra? ¿Está aquí con nosotros? ¿En cada individuo viviente? ¿Cómo es que podríamos revertir tanto maldad e injusticia en la vida terrena?
¿Y las religiones, para qué sirven? ¿A quién sirven? ¿Qué pensarán y harían Dios y Jesús en esta lacerante actualidad de la vida hoy? ¿Escucharán a Dios, a Jesús los "grandes líderes” en el mundo? ¿Trump? ¿Putin? ¿Los jefes máximos en Corea del Norte, China, Inglaterra, Alemania, Japón, Canadá, Italia, Francia, Ucrania, Israel, Argentina…? ¿Quién escuchará y se compadecerá de los palestinos, loa gazatíes, los africanos, los centroamericanos, los caribeños… ¿Dios tiene en su agenda a los judíos?
Pareciera que, en efecto, el acto de la crucifixión de Cristo, el hecho en sí, solo aplicó y aplica para toda aquella persona que se rebela contra el estado de cosas, que está en contra de la situación de precariedad humana, que levanta la voz contra los poderosos, contra los abusos de los poderosos.
El sacrificio, pues, corresponde a los luchadores sociales como lo fue Jesús en su tiempo; y como lo hacen muchos hombres de carne y hueso que privilegian la verdad por encima de todas las cosas.
Y mueren y seguirán muriendo.
La frase de Nietzsche: “Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado”, a veces parece cierta.
Aunque en lo personal, me aferraré a mi feliz nostalgia de los primeros años de mi vida en aquellos días santos rodeado de fe y de amor.
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