Gil cerraba la semana como una bomba de dinamita, pleno de energía, lleno de fuerza en el inicio de 2020. Mju. Amigos y amigas que no malquieren a Gilga le recomendaron un libro para ayer y para mañana: AMLO y la religión. El Estado laico bajo amenaza (Grijalbo, 2019), de Bernardo Barranco y Roberto Blancarte, conocedores, si los hay, de la Iglesia católica y sus feligresías, puestos y repuestos para ver de frente la crisis de esa Iglesia. Estos dos autores se han tomado el trabajo de revisar la relación del presidente Liópez Obrador con las Iglesias. El resultado: un libro único, incisivo, crítico si usted quiere, pero preciso como un teodolito. Gamés lo lee en este momento y adelanta algunos subrayados. Aquí vamos.
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Aunque López Obrador gusta de presentarse como un hombre de izquierda, en realidad, personalmente, es un hombre conservador, que se opone al aborto, al matrimonio igualitario, e incluso al divorcio, como uno de los “frutos podridos del periodo neoliberal”. Sus concepciones políticas están impregnadas de elementos religiosos, por lo que se puede afirmar que es un político “integralista”, que no separa su visión religiosa de su quehacer político y social. Se trata, en suma, de una concepción esencialmente antimoderna y antisecular, en la medida en que la secularización es precisamente el proceso mediante el cual las diferentes esferas de la vida (la política, la economía, la cultura) se separaron de la religiosa.
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El presidente López Obrador cree firmemente que parte esencial de su labor es la purificación de la vida pública de México y ello se conecta con la idea de que es necesario salvar a México. Obviamente, para ello se requiere a un salvador, y ¿quién más, sino el presidente puede encabezar esta salvación?
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Los políticos populistas no son nuevos en el paisaje latinoamericano. Surgieron como producto de la caída del régimen liberal, que aconteció a partir de la debacle financiera de 1929. Durante por lo menos seis décadas (las tres últimas del siglo diecinueve y las tres primeras del siglo veinte), en la mayoría de los países latinoamericanos gobernaron élites ilustradas prosaicas, que, basadas en un modelo agroexportador, establecieron los rudimentos de estados civiles autónomos respecto a las instituciones religiosas. Pero ya desde principios del siglo XX las nacientes clases medias y las clases populares, con la introducción del sufragio universal, se inclinaron paulatinamente hacia formas menos aristocráticas de gobierno y en última instancia, después del crack de 1929 se volcaron hacia regímenes de corte populista, generalmente apoyados o abiertamente liderados por sectores militares.
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La idea de un gobierno con una moral pública, impuesta a todos, se vuelve peligrosa. Y, sin embargo, estas características se han vuelto comunes en determinados momentos de nuestra historia, a pesar incluso de sólidas trayectorias laicas.
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[…] en la medida en que los liderazgos populistas tienden a establecer “gobiernos morales” basados en vagos ideales de corte religioso, y que los regímenes populistas terminan por estar, por lo menos parcialmente, legitimados por elementos sagrados o religiosos, se puede afirmar que los populismos son nocivos y contrarios a la laicidad, al Estado laico y a las libertades que éste pretende garantizar. De esa manera, aquella idea de que no hay laicidad sin democracia y democracia sin laicidad, adquiere todo su sentido.
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El populismo que comparten muchos líderes actuales en diversas partes del mundo, presenta ciertas características que pueden identificarse claramente. Es, en primer lugar, una ideología que presenta al “pueblo” como una fuerza moral “buena”. En contra de una élite, que es percibida como corrupta y autocomplaciente. En segundo lugar, el populismo es portador de una visión binaria del mundo, en el cual todo se divide en amigos o enemigos, aliados o rivales, sin dejar espacio para posturas intermedias.
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Los enemigos no son, además, para ellos, personas con posiciones válidas que tienen valores y prioridades diferentes, sino que son catalogados como “malos”, “nocivos”, “corruptos” que han desviado al pueblo bueno del verdadero camino.
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Sí: los viernes Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras Gil espera al mesero con la charola que soporta el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular la frase de Albert Einstein por el mantel tan blanco: El hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir.
Gil s’en va
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