Gil cerraba la puerta de la semana. La historia de bronce indica que en estos días se cumple el aniversario de la Revolución mexicana. De pronto Gil se estrelló con un grueso volumen: Febrero de Caín y de metralla. La decena trágica. Una antología, de Antonio Saborit (Ediciones Cal y Arena, Ciudad de México, 2013). Gamés extrajo algunos párrafos del prólogo y los trajo a esta página del fondo. Dice Saborit:
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El gobierno de Francisco I. Madero no cayó por obra de uno, sino de dos cuartelazos que estallaron sucesivamente el 9 y el 18 de febrero. A eso llegó Nemesio García Naranjo años después del desmantelamiento y ruina de Madero. Victoriano Huerta, estrella negra del segundo cuartelazo, con un batallón tuvo para dar el golpe de Estado, pues desde hacía meses no contaba ya con la División del Norte y como novísimo comandante militar de la Ciudad de México tampoco tenía jefes que le fueran adictos en la guarnición, pero sobre todo estaba al tanto de la división existente tanto en el ejército federal como en las fuerzas pronunciadas en la Ciudadela.
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Francisco I. Madero apareció en la mira de la prensa, en general, y de las publicaciones afines al derrotado Porfirio Díaz y su régimen, en particular al momento de transitar de rebelde a candidato para la elección presidencial.
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En el momento en el que él mismo reemplazó al caudillo por el candidato emitió una señal. La prensa, hecha por necesidad y experiencia a identificar a su presa por la herida, percibió con toda nitidez su olor. Pero no solo la gente de prensa comprendió la torpeza o la debilidad manifiesta en la operación de tal reemplazo. Tampoco escapó a los súbitos viudos del régimen.
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De ahí que la primera construcción social del candidato Madero atendiera principalmente a la figura del bisoño e improvisado, además de borrar o de hacer caso omiso del revolucionario (…) Este ajuste de la figura de Madero se dio en varios frentes. Uno de ellos fue el de las empresas periodísticas consolidadas, como la que desde 1896 editaba el diario El Imparcial, de Rafael Reyes Spíndola, o como la que desde 1899 publicaba el diario católico El País, de Trinidad Sánchez Santos. O como El Ahuizote o Gil Blas, la más anacrónica de estas cuatro publicaciones tanto en los resortes de sus contenidos como en su gráfica, a la cual sumó desde mediados de 1911 a un veterano en el espacio de la cultura impresa que al parecer jamás había trabajado en un diario, José Guadalupe Posada.
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Madero y los suyos entendían la necesidad de contar con una voz propia en la vida pública de la capital y de inmediato, por medio de empréstitos más o menos forzosos y de la filantropía de personas interesadas, reunieron los recursos y dieron forma al diario que informaría, propagaría y defendería su causa. Nueva Era salió a la calle bajo la dirección de Juan Sánchez Azcona, viejo amigo de la casa, en el verano de 1911.
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Al mes de asumir la Presidencia, atrapado entre el viejo orden que la opinión pública decía añorar y la defensa de la libertad que él mismo exigía, Francisco I. Madero anunció que reformaría el marco jurídico de la prensa. El presidente se proponía atenuar la desinformación y las campañas de desprestigio emprendidas por los grupos de oposición. Maderistas y antimaderistas se manifestaron en la calle.
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A finales de octubre, apenas aplacada la rebelión del ex general Félix Díaz en el puerto de Veracruz, Madero envió al Congreso la anunciada iniciativa. “Se atenta contra la paz pública por medio de la prensa”, según asentaba el documento, “dando publicidad a noticias contrarias a la verdad, que pueden causar alarma, alentar a los bandoleros o incitar a los que no eran a levantarse en armas”.
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El tono se crispó y la oposición se animó a invadir la vida privada del presidente y ridiculiza a su esposa, Sara Pérez. En respuesta, se dijo, Madero echaría mano de la ley para sacar del país a varios periodistas extranjeros, entre ellos Mario Vitoria, quien entre una y otra cosa con la última entrega de 1911 dejó la dirección de Multicolor en manos de José F. Elizondo. Gustavo Madero emprendió la realización de un estudio sobre la libertad de imprenta y entre tanto Madero dijo que su gobierno no se metería con las empresas periodísticas serias, si bien en marzo censuró las noticias relativas al estallido de la rebelión de Pascual Orozco y arrestó a Trinidad Sánchez Santos, director de El País.
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Todo es muy raro, caracho, como diría Francisco Zarco: “¡ay de aquellos que creen conocer los sucesos futuros!”.
Gil s’en va