La tierra de la libertad hoy está sumida en el fascismo trumpista. Los Ángeles vive un escenario anunciado. La segunda llegada de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos exalta el nacionalismo y el racismo, materializados en las redadas antimigrantes, la represión y la satanización de las protestas.
No hay lugar seguro en California. Los helicópteros sobrevuelan casas, escuelas, iglesias. La comida familiar es interrumpida cuando tocan a la puerta los agentes de ICE; la clase de matemáticas termina repentinamente por revisiones migratorias; se llevan a feligreses en medio de un Padre Nuestro.
Salir de casa es una odisea. Una consulta exhaustiva en redes sociales es vital para identificar puntos de riesgo y actividad de las autoridades, porque tener papeles ya no importa, el color de piel es suficiente para que los oficiales pongan las esposas.
Por eso, con todas las previsiones y sus documentos, Natalia tiene que andar con cuidado, vigilar a su alrededor y avisar de cualquier movimiento sospechoso a sus familiares y amigos. Hoy el enemigo está entre ellos.
Las protestas pacíficas para defender a los migrantes son manchadas por actos vandálicos y violencia que acapara los titulares de los medios de comunicación; pero detrás de las cámaras hay agentes vestidos de civiles provocando a los manifestantes y policías destruyendo sus propias patrullas para justificar el uso de gas lacrimógeno, disparar balas de goma y declarar un toque de queda.
El escenario comienza a replicarse en más de una veintena de estados del país que se suman a las movilizaciones en defensa de migrantes que han construido comunidades diversas y colaborativas.
El autoritarismo y la supresión de derechos comienzan a ganar terreno en Estados Unidos y California es el primer gran campo de batalla; por eso no puede caer. La resistencia civil es la única alternativa para evitar que el fascismo trumpista se consolide en el país que alguna vez fue “la tierra de la libertad”.