Sí, a todas nos han acosado. Ni siquiera ser Presidenta es suficiente para salvarse. Porque más allá de la investidura es mujer, y eso pesa más en un país tan misógino como el nuestro.
“Acostúmbrate”, me dijeron la primera vez que llegué llorando a casa porque un muchacho en la calle me dijo que quería violarme. Tenía 12 años. Una advertencia dura y dolorosa, pero que después entendí que tenía razón. Porque no fue la última, ni tampoco la peor.
Desde niñas aprendemos que nuestro sexo nos hace vulnerables. Conocemos lo que es el acoso y el abuso, aunque no sepamos nombrarlo. Esconder el miedo y hacer oídos sordos ante palabras obscenas se vuelve un mecanismo de defensa en la calle, donde los depredadores están al acecho y listos para la caza.
No se respeta nada. A todas nos ha pasado. Niñas, adolescentes, adultas; altas, chaparras, gordas, delgadas, morenas o rubias; estudiantes, amas de casa, profesionistas… Se trata de una experiencia compartida. Hasta hoy no conozco a una mujer a la que nunca le haya pasado al menos una vez en la vida.
A Karla, con 15 años, la tocaron sin su consentimiento yendo a la papelería; a Jocelyn, de 18, en el transporte público; a María, de 27, sus compañeros de oficina le hacían comentarios sexuales; a Ofelia, de 36, cuando un tipo le expuso sus genitales; a Rosy, a sus 40 y tantos, la persiguieron cuando iba de compras; y ahora a Claudia Sheinbaum, de 63 años.
Hoy el acoso se encuentra en el centro del debate público por la agresión a la mandataria federal, pero está presente en el día a día de miles de mujeres que se sienten impotentes ante el agresor y un Estado que las deja a su suerte. Que le haya ocurrido a ella visibiliza la magnitud del problema y la impunidad de la que se saben beneficiados los agresores.
La tipificación del delito y la campaña nacional anunciada no servirán de nada si como sociedad no reconocemos la gravedad del acoso, si no identificamos y erradicamos las conductas y los discursos que lo alientan y justifican en nuestros entornos. Porque lo personal es político, también nos toca alzar la voz hasta que el acoso deje de ser costumbre.