El buen político es un buen simulador. Unos fingen que trabajan y otros que les importa. Y en medio, volteando de un lado a otro, quedamos todos los demás, preguntándonos si alguien hará algo en algún momento.
Así en la pasarela montada en el Congreso de Jalisco desde la semana pasada, el evento del año: las Glosas del Primer Informe de Gobierno. Las presentaciones estelares de titulares de secretarías y organismos que llegan con su mejor outfit y una carpeta llena de cifras bajo el brazo, listos para exponer los avances de su gestión y esquivar las acusaciones polémicas. En el pleno los reciben los legisladores con las armaduras bien puestas: los de oposición con lanzas afiladas y los alineados al poder con los escudos reforzados.
Un ejercicio de rendición de cuentas convertido en una justa entre partidos, que lo único que les interesa es quién se lleva el premio político. Al final, ninguno sale realmente herido. Los embates de un lado y del otro son momentáneos y efímeros, sirven para el video viral, las columnas de opinión y el chisme de pasillo entre el círculo rojo. Y nada más. Porque mientras ellos pelean en el Palacio Legislativo, la ciudadanía se queda volteando de un lado a otro esperando respuestas y soluciones que no llegan.
Cuando el espectáculo termina, los diputados publican en sus redes mensajes acordes a sus intereses; y los servidores públicos regresan a sus oficinas, sus cheques y sus eventos protocolarios: inauguran paradas violetas que no dan resultados, presentar programas de apoyos insuficientes, presumir inversiones que no transforman comunidades y tomarse fotografías con bebés.
Mientras siguen la pantomima, hay madres que siguen buscando a sus hijos, trabajadores sin condiciones laborales dignas, agricultores que apenas sobreviven, mujeres violentadas sin protección, estudiantes en escuelas agrietadas, calles que se tragan autos, policías que abusan de su poder y una ciudadanía que necesita soluciones reales. Así que aquí seguimos todos… en la simulación.