Gérard camina entre el tumulto, mientras intenta proteger la bolsa de papel estraza blanco que contiene un par de pain au chocolat, pan de pasta hojaldre rellenos de chocolate amargo. Su objetivo es llegar a casa para disfrutarlos junto con su esposa, Camille, mientras observan alguna competencia olímpica. Mientras los atletas dan todo por alcanzar una medalla, comienza una charla en torno a lo que comerán los competidores de otros países, y si será tan bueno como lo que ellos degustan. La charla termina con más incógnitas que respuestas, pero de lo que están seguros es que no todos comen igual, y en ocasiones no es por un tema cultural, sino monetario.
En estos tiempos deportivos, donde Francia enarboló durante la inauguración de los Juegos Olímpicos los principios forjados derivados de la Revolución Francesa, trastocar temas alimentarios resulta fuera de foco. Sin embargo, aplicar los principios del lema ‘libertad, igualdad y fraternidad’ a los terrenos de la comida, significaría que todas y todos tendríamos el derecho de consumir todo tipo de alimentos, o al menos tener los recursos para poder adquirirlos, donde no hubiese una estratificación de estos ni un clasismo alimentario, lamentablemente esto no es así. Caso contrario a lo que aconteció a mediados del siglo XVII en Francia.
Pero demos un poco de contexto: durante el periodo conocido como la Edad Media, la religión católica influenciaba las creencias de Europa del norte, así como a su alimentación. Es así como, por allá de 1650, la cocina francesa comenzó una serie de cambios que repercutieron en su dieta. Un primer aspecto fue que se eliminaron las especias y el azúcar en los platillos salados y comenzó un retorno a preparaciones simples, lo que significó reducir tiempos de cocción para poder apreciar el sabor real de los ingredientes. Por otra parte, se dio paso a la confección de salsas a base de grasas y harina. Dichos cambios representaron la migración de las cocinas católicas, o sea basada en este principio religioso, por ejemplo el Levítico 11, para dar paso a una cocina Europea occidental que también podemos entender, según Rachel Laudan, como Cocina Intermedia. Este concepto hace referencia al encuentro de los ingredientes y técnicas tanto de la aristocracia como del pueblo llano y su impacto político/social.
Este fenómeno trajo consigo una conciencia en cuanto a lo que hoy llamamos soberanía alimentaria, que comparte los principios de acceso a los alimentos pero que, para una Europa monárquica, representó un avance social donde hasta casos como Inglaterra y Holanda impulsaron al otorgar la soberanía al pueblo mediante el voto. El simple hecho de dar libertad en la elección de los alimentos significó una dignificación de los ciudadanos, y poco a poco colaboró para romper paradigmas y, más tarde, cristalizar los principios de la ya mencionada Revolución Francesa.