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El pasillo tiene una imagen diferente, entre papel picado, unas sombras danzarinas, el olor a cempaxúchitl, guayaba y combustión de las velas da un toque melancólico; en esta ocasión Susana encendió una vela más, colocó la vieja pipa que hace varios años había sido guardada en el segundo cajón de la izquierda del tocador, volvió a colgar las fotos; desde el inicio de semana fue al mercado, la receta decía claramente tres piezas de anís estrella, dos chiles guajillos, una barrita de chocolate, etcétera. La olla de barro ya presentaba una que otra telaraña, las cucharas de madera más bien parecían instrumentos de tortura o dignos de un hallazgo arqueológico, aun así, solo las lavó.

Susana y sus dos hermanos vieron partir a su madre cuando apenas atravesaban la juventud, una situación desafortunada y un fallo de frenos en plena carretera le arrebataron la vida; cada Día de Muertos “Martita”, su madre, le preparaba a su marido un mole poblano, con la diferencia de que lo servía con tortitas de charales o sobre una telera revuelto con arroz y pollo desmenuzado, preparaba agua de limón con chía y galletas Marías con cajeta, la mitad de todo esto lo colocaba en la ofrenda dedicada a sus difuntos y la otra mitad lo daba en la comida.

Hace unos meses el padre de Octavio, hijo de Martita, simplemente se quedó dormido sujetando la foto tamaño ovalo en papel opalina, en el que aparece con su esposa aquel día de fiesta, ese día en que se unieron hasta que la muerte los separara o los reencontrara; la leve sonrisa en su rostro denotaba calma, felicidad y gusto, los tres hijos lo tomaron con calma, sabían que todo inicio tiene un fin, lo único difícil sería hacerles ver eso a sus propios hijos, explicarles que la vida es como un postre, pero que por más pequeños que des los bocados no impedirá que en un momento se acabe.

Es por eso por lo que ahora la ofrenda tiene un poco más de color, de nuevos rostros, de nuevos argumentos; Eugenio llegó con un pan de muerto para los sobrinos, beso en la mejilla a su hermana y fue directo a la mesa llena de flores y calaveritas, saco de la bolsa derecha del pantalón un reloj de bolsillo, lo colocó junto a la pipa, sollozó un poco y se dirigió a la cocina y exclamó: ¡preparaste mole, que rico!

La casa de los abuelos rara vez lucía tan iluminada, hoy la visitaron todos, Susana, Octavio y Eugenio, cada uno, con sus parejas, y los cinco nietos; para la señora Marta y el señor Eusebio fue todo un halago que la familia se reuniera, que llegaran y la mesa ya estuviera puesta, que los recuerdos enmarcados decoraran la celebración y que sus “antojos” no faltaran, al fin y al cabo, era un día para celebrar, sin importar que solo fuera en alma.


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Benjamín Ramírez
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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