Al término de las compras para la semana llegamos a casa, colocamos las bolsas sobre la mesa y comenzamos a extraer de ellas todo lo que nos indicaba la lista de compras, abrimos el refrigerador y metemos en él aquellos alimentos que por sus condición necesitan una refrigeración o congelación, comenzamos por colocar las verduras en la parte baja, comúnmente en aquellos cajones de plástico, seguimos por los alimentos crudos, cárnicos, huevo y embutidos, continuamos por los lácteos y alimentos cocidos, aquellos que consumimos directamente, y todo esto, de una manera ascendente, por cuestiones de sanidad e higiene, sin olvidar meter al congelador las paletas de hielo o comida congelada, es en este punto donde el mundo cambia, donde el proveedor puede ser un humilde vendedor o un empresario descomunal.
Es inevitable distinguir entre ir “al super” o al mercado y al tianguis, las imposiciones mercadológicas y sociales nos han dicho que todo lo de las grandes tiendas es mejor, se encuentra cualquier tipo de productos, incluso los que no necesitamos y que, gracias a las “ofertas”, consumimos más barato, pero sin pensar. A comparación de aquellos lugares sucios, ruidosos y sin anaqueles, donde se ofertan frutas y verduras “sin bolsita”, el azúcar se compra a granel y la crema ácida la tienen en contenedores y se despacha por cuartos, medios kilos y kilos, en el tianguis todo es al aire libre y a plena calle, no hay una voz cálida que nos mencione las ofertas del día y mucho menos pisos firmes y encerados.
La gran diferencia que existe entre un mundo y el otro es simplemente la calidad de los alimentos, la mayoría de los vendedores se surten de pequeños productores, que usan aguas de riego natural y evitan utilizar fertilizantes o productos químicos, por el elevado costo, y que garantizan que sus cosechas están libres de medicamentos, en el caso de carnicerías y pollerías, y pesticidas, entre otras cosas.
He aquí la importancia de los mercados, de los tianguis y de los pequeños comerciantes. La realidad es que hemos estado perdiendo la cultura de cocinar, hoy en día la finalidad es ahorrar tiempo, el cual a veces no sabemos en qué ocupar, pero del cual queremos disponer a capa y espada. Vemos cómo ridícula u obsoleta aquella ama de casa que corta, fríe y cocina sus verduras para el caldo de pollo, o su salsa verde, ya que eso se puede omitir con solo abrir una lata. También hay que aclarar que el sistema económico no nos permite, en algunos casos, tener una ama de casa y un responsable de la economía de hogar, sino que ahora padre y madre son necesarios para la aportación monetaria del hogar, por lo que dedicar tiempo a la cocina es inaudito.