Una vez terminando hasta el último sorbo de su café, Don Rubén toma las bolsas del mandado que compró su hija. Una a una las coloca sobre la mesa y abre la alacena. A paso lento divide frutas, verduras, semillas y enlatados conforme a una técnica involuntaria, aquella que aprendiera de sus padres y abuelos con el simple hecho de verlos y hacerlo de manera repetitiva. En la parte superior de la alacena coloca todos aquellos alimentos que fueron cortados de las ramas de los árboles, como las manzanas, plátanos y aguacates; en un punto medio de aquel mueble deposita las que estuvieron más cerca del piso, como acelgas y lechugas; en la parte inferior coloca todos los que se consideran raíces o bulbos, como jícama, papas, rábanos y zanahorias.
En su tesis doctoral, la historiadora Vanesa Quintanar Cabello explica y plantea la correlación entre el consumo e introducción de las aves en la dieta europea, y nos permite ampliar el tema. Por allá de los años treinta, del siglo pasado, el historiador y filósofo estadounidense Arhur O. Lovejoy planteó una estructura acerca de la jerarquización de los reinos naturales, quien consideraba que la naturaleza respondía a una lógica escalonada, donde, los elementos más cercanos al cielo tenían mayor nobleza, mientras que los cercanos a la tierra y que estuvieran debajo de ella, eran de poco valor, a esto le nombró Gran Cadena del Ser. Años más tarde, a este principio se suma Allen Grieco, un historiador y antropólogo social que ha enfocado sus estudios a la historia de la alimentación. Este especialista plantea que aquella división de los reinos animales se puede aplicar a los alimentos.
Por lo tanto, dicho principio tendría la siguiente estructura alimentaria: productos de la tierra, del agua y del aire. Los productos cercanos a la tierra recibirían el término de menos nobles, expresión planteada por Greco. En este punto tanto bulbos como raíces serían los menos beneficiados; seguidos de las plantas comestibles, como lechugas, especias, flores y tallos. En un tercer espacio se considerarían los frutos obtenidos de los árboles. En cuanto a los de agua encontraríamos a los marítimos, en los que se colocan moluscos, crustáceos y peces, en orden de importancia. Finalmente, correspondiente a los del aire, se considerarían todas las aves, que a su vez tendrían una subdivisión: aves acuáticas, terrestres y aéreas. Donde, patos y ocas representarían la primera clasificación, seguidos del pollo y capón, para culminar con el resto de las aves.
Si bien estos ejemplos no representan en lo mínimo a toda la gama de productos alimentarios disponibles para el ser humano, sí permitieron dar pauta al orden de importancia. Razón por la cual, en la Edad Media, se tuvo un principio de alimentos ligeros, provechosos o detestables. Esta misma lógica daría una posible respuesta a las normas religiosas y futura diferencia entre clases sociales.