
Hace años, un experimento con ratas sorprendió al mundo. El científico Curt Richter colocó a estos animales en recipientes con agua, sin forma de escapar. Las ratas nadaron por un rato y, al no encontrar salida, se dejaron hundir. Pero cuando el investigador las rescataba justo antes de que se rindieran… algo inesperado sucedía. Al repetir el experimento con las mismas ratas, ahora nadaban durante horas, incluso días. ¿Qué había cambiado? Solo una cosa: sabían que había una posibilidad de ser rescatadas.
Esa posibilidad —por mínima que fuera— activó en ellas una fuerza interna para resistir más tiempo. Una fuerza que, en los humanos, solemos llamar esperanza.
Este experimento no pretende decir que “con esperanza todo es posible”, ni justificar la idea de que todo se resuelve con “echarle ganas”, pero sí nos da una pista poderosa: cuando creemos que algo puede mejorar, actuamos distinto. Y muchas veces, esa creencia se construye al escuchar la historia de alguien que estuvo donde tú estás… y hoy está mejor.
En consulta lo veo una y otra vez. Una persona recibe un diagnóstico y, al principio, no puede ver más allá del miedo. Pero cuando escucha que alguien más —con el mismo diagnóstico— logró adaptar su vida, encontrar un tratamiento que funciona o aprender a convivir con la enfermedad sin perderse a sí mismo, algo cambia. El corazón se aligera. El cuerpo responde diferente. La historia del otro pavimenta el camino que parecía lleno de piedras.
Y es que nadie debería transitar un proceso de salud en soledad. Abrirte a conocer nuevas historias, buscar segundas opiniones, hablar con especialistas o compartir lo que vives con alguien de confianza no es un signo de debilidad sino de inteligencia emocional. Hacer equipo salva. Escuchar te transforma. Buscar apoyo también es parte del tratamiento. Porque por más individual que parezca la enfermedad, la salud siempre se construye en comunidad.
Contar lo que vivimos puede ser medicina para alguien más. No es una obligación, y está bien si eliges guardar tu proceso en silencio. Pero si en algún momento te nace compartirlo, tal vez te conviertas en esa señal de “sí se puede” que alguien necesita justo hoy.
Escuchar historias también es un acto de cuidado porque cuando abrimos espacio para conocer otras experiencias, nos damos cuenta de que no estamos solos, de que muchas personas transitan rutas similares y que vale la pena intentarlo una vez más.
A veces lo que nos hace seguir nadando no es el resultado sino la certeza de que no somos los únicos en el agua. Y si hoy estás en medio del mar, deseo que encuentres —en la voz de otro o en la tuya propia— la historia que te recuerde por qué vale la pena seguir.
Porque vivir más y mejor también empieza por creer que es posible.
Y si quieres conocer historias reales de pacientes que lograron detectar a tiempo una enfermedad cardiovascular, escucha mi podcast “Apariencia sana”, disponible en Spotify y YouTube. Son episodios breves pero muy poderosos, donde comparto lo que pasa cuando la prevención cambia una vida.
Y si aún no me sigues, me encuentras en Instagram como @aleponce.healthyagingmx. Te espero por ahí para seguir construyendo salud, esperanza y caminos menos solitarios.