Hace unos días di una charla para un grupo de personas a punto de jubilarse. Les pregunté: “Si mañana dejaran de trabajar, ¿qué pasaría con su agenda, con sus preocupaciones, con sus hábitos?”. Hubo silencio. El trabajo ha sido el reloj que marcó sus días: a qué hora despertaban, cuándo comían, cuánto caminaban, cuánto dormían.
En estos más de 15 años acompañando a personas que quieren envejecer de forma saludable y digna, he visto cómo ha cambiado la manera de mirar la jubilación. Antes muchos llegaban con ansiedad, sintiendo que se asomaban a un vacío. Hoy, cada vez más personas se acercan con mayor tranquilidad y aceptación y se permiten ver esta etapa como una oportunidad de reacomodar la vida.
La jubilación suele presentarse como una línea de meta, pero en realidad es el inicio de otra carrera. Se termina un ciclo, sí, pero también se termina una de las excusas más usadas: “no tengo tiempo”. Y cuando desaparece esa excusa, aparece una pregunta incómoda: si ya no es el trabajo, ¿qué estoy haciendo hoy para cuidar mi salud, mi energía y mi independencia en los próximos años?
Vivimos más que generaciones anteriores, pero no siempre vivimos mejor. En promedio, los últimos diez años de vida se pasan con alguna enfermedad crónica o limitación. A esa distancia entre los años que vivimos y los años que vivimos con buena salud le llamamos “brecha de salud”. La buena noticia es que esa brecha se puede acortar con decisiones diarias: lo que comes, cuánto te mueves, cómo duermes, cómo manejas el estrés.
Aquí es donde la jubilación puede convertirse en tu mejor aliada. De pronto tienes algo que antes parecía imposible: tiempo. Tiempo para caminar, para cocinar de forma más saludable, para dormir mejor, para retomar hobbies que mantengan tu mente despierta, para fortalecer músculos y relaciones. No se trata de llenar la agenda, sino de elegir qué hábitos quieres sembrar para que tu vejez sea más ligera y digna.
Mucha gente me dice: “Sé qué debería cambiar, pero no sé por dónde empezar”. Mi recomendación es que esos primeros pasos no los des a ciegas. Una evaluación inicial —un buen chequeo médico, estudios de laboratorio, revisar tus antecedentes familiares y, cuando sea posible, herramientas modernas como la nutrigenética aplicada al estilo de vida— te ayuda a poner estructura e intención a tus cambios. No se trata de coleccionar estudios, sino de entender tu punto de partida para decidir mejor.
La ciencia nos recuerda que nunca es “demasiado tarde”. Como experta en longevidad y genética te recuerdo, tus genes no cambian, pero la manera en la que se expresan sí.
Comer mejor, moverte más, manejar el estrés, dormir bien, cuidar tus vínculos y reducir el tabaco y el exceso de alcohol puede modificar el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes y deterioro cognitivo.
Si estás cerca de jubilarte, o ya lo hiciste, te invito a hacerte tres preguntas: ¿qué quiero poder seguir haciendo a los 70 u 80 años?, ¿qué hábito de hoy me acerca a esa versión de mí y cuál me aleja?, ¿qué pequeña acción puedo empezar esta semana para cerrar la brecha entre el tiempo que voy a vivir y el tiempo que quiero vivir con salud?
La vejez ya no es un rincón al que se llega de golpe; es una etapa larga de la vida que se puede gozar. Tenemos herramientas para que no se viva desde la resignación, sino desde la responsabilidad y la esperanza. La jubilación puede ser el inicio de la etapa en la que decides poner tu salud en el centro y construir, día a día, la posibilidad de vivir más y mejor.
