Política

Nadie se hace bolas

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Una de las constantes políticas más saludables en los últimos noventa años en nuestro país es la religiosa puntualidad con la que hemos cambiado de presidente. Desde 1934 a la fecha, cada seis años, se han sucedido diferentes ocupantes en lo más alto de la jerarquía política de la nación. Desde luego, esta saludable práctica no es atribuible a un supuesto ejercicio democrático del voto, que sí se ha dado cada seis años, pero que todos sabemos que es sólo desde 1997 que los votos han contado y se han contado bien; lo de antes era sólo un ritual legitimador. Pero la efectiva alternancia de ocupantes en la silla presidencial revela que, aún cuando no fueron los votos ciudadanos lo que lo provocaron, los intereses de los diferentes grupos de poder formales e informales de nuestro país siempre constituyeron un obstáculo suficiente para impedir que quien ocupaba esa posición pudiera reelegirse. Desde luego, no fue por falta de ganas, ni por la fortaleza de sus principios. A muchos los atacó la certeza de que eran indispensables e insustituibles (¡por el bien del país, claro!), pero sus intentos de perpetuarse en el poder, de manera directa o por interposita persona, siempre fracasaron. Han quedado rastros en la historia nacional de esas intentonas, en general de los presidentes más poderosos y con proyectos muy definidos: Miguel Alemán, Luis Echeverría, Carlos Salinas. A los tres se les han atribuido debilidades reeleccionistas, y al no conseguirlo, que intentaron, de menos, dejar en la silla a personajes que les fueran afines o francamente manipulables: Miguel Alemán trató de imponer a Casas Alemán, Echeverría dejando a su amigo de la juventud, López Portillo y Salinas, a Colosio. Hay un caso distinto: es el de Fox con Marta Sahagún. La verdad, en este caso, más que la fortaleza de Fox o la claridad de su proyecto, que no tuvo, la insistencia con la que se dejó correr la posibilidad de que Marta fuera su sucesora parece haber obedecido más a la frivolidad que dominó ese periodo que a su desbocada ambición. En cualquier caso, el fracaso de todos estos intentos no es atribuible a la impericia política de esos personajes, sino a la complejidad de la sociedad mexicana y a la diversidad de intereses y fuerzas, que siempre hicieron sentir, de muchas maneras, su oposición a que se perpetuara en el poder una misma persona o un mismo grupo. Cuando la continuidad fue ostensible, como en 1988, entre De la Madrid y Salinas se dio la ruptura del partido dominante. En la mayoría de los casos, las sucesiones priistas sí implicaban cambio de grupos, de interlocutores y de beneficiarios, lo mismo ocurrió entre los gobiernos panistas de Fox y Calderón.

Vale la reflexión ante la reaparición de Andrés Manuel López Obrador y las reacciones que provocó. Muy interesante ver el cierre de filas explícito, pero sobre todo implícito de muchos sectores de la sociedad (producto quizá de esa saludable herencia).

Nadie se hace bolas. Hay en nuestro país una Presidenta electa con el voto mayoritario de los mexicanos, jefa suprema de las fuerzas armadas y única interlocutora de los grupos formales e informales, empresariales, sindicales e internacionales. El peso de López Obrador reside en su calidad de fundador y líder moral de Morena, nadie dice que es poco, pero eso explica que es a ellos a los que sacudió su reaparición, a nadie más.

Fue nota de un día.


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Denise Maerker
  • Denise Maerker
  • Periodista con amplia trayectoria en medios de comunicación, ha sido la cara de importantes noticieros como "En Punto", y "Atando cabos". Su enfoque claro y directo en los temas de coyuntura la ha convertido en una de las figuras más confiables del periodismo mexicano.
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