Política

La penosa moralina de López Obrador

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Sin asomo de pudor, López Obrador exhibe su ignorancia en Grandeza, escrito para “refutar la historia inventada o tendenciosa basada, entre otras aberraciones, en atribuir a los pueblos indígenas de la antigüedad supuestas prácticas de sacrificios humanos, el canibalismo y otros procederes de ese tipo…”.

Toda proporción guardada, su negación remite a los supremacistas que desmienten el asesinato de millones de judíos, gitanos, eslavos, personas discapacitadas y homosexuales cometido por la Alemania nazi.

Exalta el enfoque del etnólogo y antropólogo Guillermo Bonfil Batalla sobre “la vigencia del México profundo y sus civilizaciones originales, sometidas y negadas, pues considero una ingratitud no reconocer que, debido a esas raíces y enseñanzas, los mexicanos de hoy somos libres, fraternos, trabajadores, honestos y felices”.

Desestima que el antropólogo y etnólogo no ignoró los sacrificios, pero se opuso a su uso como prueba de una supuesta inferioridad de la civilización mesoamericana y buscó comprender esa práctica dentro de su propio universo cultural (cosmovisión).

Sus “otros datos” pasan por alto las abundantes fuentes históricas de los sacrificios humanos en el mundo prehispánico avaladas por la arqueología: restos humanos, altares, artefactos; códices y textos etnohistóricos como los de Bernardino de Sahagún; la etnografía de pueblos descendientes, el análisis del arte, el simbolismo y la interpretación especializada de mitos y rituales. 

En el caso de la cultura tenochca o mexica (“azteca” es un término sembrado en el siglo XVI por Fray Bernardino de Sahagún) que Alexander von Humboldt (siglo XIX) utilizó para referirse colectivamente a los pueblos relacionados con el señorío mexica (basándose en el mito de origen de “Aztlán”). 

Como sea, esa cultura incluía ceremonias en las que, en lo alto de la pirámide, cuatro achichincles sujetaban de brazos y piernas al sacrificable y un quinto le abría el pecho con un cuchillo de obsidiana y le arrancaba el corazón para ofrecérselo a los dioses o… para comérselo. 

Al infortunado se le cortaba la cabeza y se le quitaba la piel para cubrir el cuerpo del principal oficiante (en honor de Xipetotec: “nuestro señor el desollado”), y se arrojaba el cadáver para que los más ancianos (cuacuacuiltin), antes que nadie, se lo llevaran a sus casas (calpulli) para desmembrarlo y comérselo.

En las, digamos, consagraciones de las distintas capas de las pirámides, durante tres meses de festejos eran sacrificadas miles de personas cuyos restos eran cocinados e ingeridos por las turbas.

AMLO debió consultar al menos al gran historiador, filósofo y académico Miguel León-Portilla, quien abordó el tema pero no desde la moralina (como lo hace AMLO) sino desde la comprensión del pensamiento indígena, no considerándolos actos de barbarie, solo una forma de corresponder a los dioses y “alimentar” al sol para asegurar la continuidad del universo y la regeneración de la vida.

Para él, aquellos antepasados vivían algo así como la 4T…


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Carlos Marín
  • Carlos Marín
  • cmarin@milenio.com
  • Periodista con 55 años de trayectoria, autor del libro Manual de periodismo, escribe de lunes a viernes su columna "El asalto a la razón" y conduce el programa del mismo nombre en Milenio Televisión
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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