El juicio contra Sócrates, que culminó con su muerte por cicuta, constituye uno de los episodios paradigmáticos del martirio intelectual en Occidente y del peligro que, desde siempre, corren aquellos que, con sus ideas incómodas y actitudes insumisas, desafían tanto las decisiones despóticas como las opiniones e inercias mayoritarias.
En El acontecimiento Sócrates (Me cayó el veinte, 2016) el historiador Paulin Ismard agota todo tipo de fuentes para documentar la personalidad de Sócrates y su proceso judicial, así como para hacer un breve relato de su fascinante vida póstuma. Si bien el Sócrates de Platón, con su cauda idealizante, ha sido la representación más célebre e influyente del sabio ateniense; desde que aún vivía, la figura socrática fue objeto de encendida polémica.
Su aparición en las comedias de la época, particularmente el maestro ridículo y manipulador que presenta Aristófanes en Las nubes demuestra que el admirado mentor también era sujeto de mofa y desconfianza por parte de muchos que, aparte de metiche profesional, lo consideraban un peligroso simulador. La anécdota del juicio es archisabida: el poeta Meleto, apoyado por el artista y político Anito y el orador Licón, denuncia a Sócrates por los cargos de impiedad, introducción de nuevos dioses y corrupción de menores. Se realiza un juicio público, Sócrates, sin un discurso preparado, rebate a sus acusadores. Cuando sus adversarios piden la pena de muerte como castigo, él, burlonamente, propone como contrapropuesta que la ciudad le alimente y le rinda honores.
Con esta actitud desafiante, Sócrates desdeña una impartición de justicia que, a su entender, se basa principalmente en vengar agravios y ofrecer entretenimiento a la tribuna. Esta arrogancia, tan ejemplar como suicida, precipita el veredicto de muerte, el cual Sócrates rehúsa evadir pues respeta esas leyes que ha puesto en evidencia. De manera apasionante, Ismard indaga en el juicio ¿La acusación a Sócrates fue por la vinculación de sus alumnos con el bando político derrotado? ¿Fue por su actitud de perquisición pública de la verdad? O incluso ¿fue un lío pasional por el magnetismo que este viejo y feo profesor ejercía en su alumnado? Más allá de estas picantes y pertinentes preguntas, el autor reconstruye con minuciosidad el entorno político de ese tiempo, las rivalidades culturales y, sobre todo, el sistema judicial capturado por los intereses políticos y la demagogia. Lo cierto es que, tras su muerte, Sócrates pronto ganó la batalla moral y se convirtió en símbolo de la dignidad del espíritu filosófico frente a los poderes. Posteriormente, su figura ha adoptado diversas transfiguraciones desde el Sócrates protocristiano hasta el patrono del intelectual independiente contemporáneo. Acaso sea difícil, como hace ver este deslumbrante libro, recobrar al Sócrates histórico, pero su martirio es una construcción narrativa útil y entrañable que, hoy más que nunca, ayuda a orientarse en un mundo lleno de humo e incertidumbre.
AQ / MCB