Cuando Jorge Mario Bergoglio se convirtió en Papa, eligió llamarse Francisco. No fue casualidad: invocaba al santo de Asís, el hombre que predicó con el ejemplo, abrazó a los pobres y caminó descalzo para que otros pudieran levantarse.
Desde entonces, ese nombre fue una brújula. El Papa Francisco jamás olvidó de dónde venía ni para quién estaba.
Hijo de inmigrantes italianos y criado en las calles sencillas de Buenos Aires, conoció de cerca la pobreza, la exclusión y el silencio del que no tiene voz.
Su voz, sin embargo, fue todo lo contrario: clara, cercana, revolucionaria. “Quisiera una Iglesia pobre para los pobres”, dijo. Y con ese anhelo, retumbó las puertas del poder y tocó las puertas del alma y de la conciencia colectiva.
Durante la pandemia, en una Plaza de San Pedro vacía, Francisco pronunció una de las imágenes más poderosas del siglo: “Nos encontramos todos en la misma barca, frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios, llamados a remar juntos”.
Sus palabras no fueron discursos, fueron abrazos. En medio del miedo, habló de esperanza. En medio del encierro, de comunidad. En medio del dolor, de compasión.
Su legado es, ante todo, humano. Nunca temió hablar de los errores de la Iglesia, ni de los muros que dividen.
A los jóvenes nos dijo: “no se dejen robar la esperanza” y a todos nos enseñó que la humildad no es debilidad, sino fuerza transformadora; que las palabras conmueven, pero el ejemplo arrastra.
Francisco no fue solo el primer Papa latinoamericano, fue un puente entre la fe y la vida.
En un mundo de líderes que imponen, él eligió acompañar. En un tiempo de ruido, él escuchó. En una humanidad herida, su amor fue refugio.
Nunca voy a olvidar que en su visita a México, no eligió los palacios, eligió los márgenes. Fue a Ecatepec, a San Cristóbal de las Casas, a Morelia, a Ciudad Juárez, a lugares donde la violencia y la injusticia han dejado cicatrices profundas.
No vino a ser aplaudido, vino a sembrar esperanza donde a veces queda muy poca.
Su legado es imborrable, no solo en los libros de historia, sino en la memoria y en el corazón de quienes tuvimos el honor de vivir en su tiempo.
Y en esta historia que escribió, su legado quedará como el del pastor que eligió siempre caminar con los últimos. Descanse en paz, Papa Francisco.