En este espacio hemos hablado de la tragedia que representa vivir en un país donde la violencia dejó de ser noticia para convertirse en rutina.
Hace apenas unos meses recordábamos el brutal asesinato de Alejandro Arcos, presidente municipal de Chilpancingo, Guerrero, una de las 32 capitales del país.
Hoy, escribimos de nuevo, con dolor y con una profunda impotencia, por el asesinato del alcalde de Uruapan, Michoacán, Carlos Manzo.
Hay un México que se desangra, un país que ha ido perdiendo su capacidad de indignarse.
Carlos Manzo no era solo un alcalde, era la voz de muchos que ya están hartos de vivir siendo amenazados y extorsionados, la voz de quienes sabemos que la situación no va a cambiar callando.
Su asesinato fue un mensaje brutal para todas y todos quienes creemos que luchar porque las cosas cambien, todavía vale la pena.
Fue la voz de los que se niegan a rendirse, y por eso lo silenciaron. Pero su muerte, como la de tantos otros, no puede quedar en el olvido.
Mataron al mensajero, pero no al mensaje. El dolor es grande, sí, pero más grande es el legado de quien se atrevió a hablar cuando el miedo es ley.
Su muerte se suma a la de Bernardo Bravo, líder limonero y voz reconocida entre los productores de Michoacán, también víctima de la violencia que carcome las raíces del país.
Detrás de cada uno de estos nombres hay familias destruidas, comunidades atemorizadas y un Estado que no llega o llega tarde.
Y mientras tanto, miles de desaparecidos siguen sin justicia ni verdad. Las madres buscan entre el polvo lo que el Estado no quiso o no pudo encontrar.
Cada rostro en una ficha, cada ausencia es también una herida abierta en la conciencia y la paz social.
Y pensar que lo que aquí vivimos es inimaginable en muchos otros países del mundo.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta que nos toque? No se puede esperar a que el dolor sea personal para exigir justicia. No se puede construir país sobre la resignación.
México no puede seguir siendo tierra de funerales y silencios, urge recuperar la paz y no solo le toca a los gobiernos, nos toca a todas y todos.
Carlos Manzo, Bernardo Bravo, Alejandro Arcos.
Tres nombres, tres heridas, tres recordatorios —de miles y miles— de asesinatos y desapariciones que nos gritan, con la fuerza del dolor y de la esperanza, que no podemos rendirnos.
Porque mientras haya quien alce la voz, aún hay país que defender.