No uso vapeador ni cigarrillos electrónicos. No los promuevo ni los defiendo. Pero tampoco creo que la prohibición absoluta sea el camino. El tiempo dirá quién tuvo razón, pero hoy la evidencia es clara: lo que hemos hecho como país no está funcionando.
México es el único país del mundo cuya Constitución prohíbe los vapeadores. Ninguna otra nación llevó esa prohibición a nivel constitucional. Y aun así, todos vemos lo mismo: los vapeadores están en cada esquina, en tienditas, plazas y redes sociales, incluso en manos de menores.
Entonces, ¿qué logró la prohibición absoluta? Nada. No redujo consumidores. No eliminó el mercado. Lo único que generó fue un negocio ilegal de entre 15 y 20 mil millones de pesos, sin reglas, sin impuestos y sin responsabilidad empresarial y donde nadie sabe realmente qué está inhalando la gente.
Esa es la peor combinación posible: prohibidos en la ley, permitidos en la calle. Productos adulterados, contrabando, cero vigilancia y una autoridad sin herramientas para revisar o retirar lo más dañino. La política pública no puede basarse en hacer como que el problema no existe.
Mientras el mundo avanza hacia modelos regulados para proteger a menores, controlar sustancias y reducir daños, México avanza en sentido contrario: más prohibición y más criminalización.
Y vale la pena preguntarse: ¿quién gana cuando el Estado renuncia a regular un mercado que ya existe? Gana el mercado negro.
Regular no es fomentar. Regular es exigir registro sanitario, prohibir ingredientes peligrosos, supervisar importaciones, controlar la venta a menores, frenar el contrabando y darle a la autoridad herramientas reales para inspeccionar y sancionar.
Porque cuando algo está constitucionalmente prohibido, pero se vende a plena luz del día, el problema no es la gente; el problema es que el modelo no funciona.
Se debería buscar justamente eso: establecer criterios sanitarios, normas de composición, trazabilidad y permisos obligatorios; prohibir venta a menores y campañas publicitarias; y dar certidumbre a las autoridades para vigilar lo que hoy nadie controla.
Proteger la salud requiere reglas claras y vigilancia efectiva, no prohibiciones simbólicas que solo fortalecen lo ilegal.
El verdadero debate no es “vapeadores sí o no”. El verdadero debate es si queremos realidad o simulación. Y yo prefiero que legislen con los pies en la tierra.