Las marchas en contra de Morena comenzaron antes de que López Obrador siquiera tomara el poder, con una protesta contra la cancelación del Aeropuerto de Texcoco en noviembre de 2018. Desde entonces, las grandes marchas de rechazo hacia Morena han ocurrido, en promedio, una o dos veces al año, siendo la más sofisticada la que tuvo lugar el sábado pasado.
A diferencia de las marchas anteriores, todas las cuales apelaban a exquisiteces relevantes solo para las clases medias (como la ubicación de un aeropuerto), a la defensa de instituciones abstractas (como el INE), o desprestigiadas (como el Poder Judicial), la marcha del 15N por primera vez apeló a un tema realmente relevante para las mayorías: la inseguridad.
Los convocantes cometieron errores, quizá el más grave fue intentar disfrazarse de colectivo de la generación Z cuando claramente no lo eran. Sin embargo, en perspectiva, ese error es mínimo comparado con las aberraciones anteriores.
La oposición va madurando de formas poderosas, al tiempo que Morena va envejeciendo por el desgaste propio del poder.
Esto no puede tomarse a la ligera. Si la presidenta Sheinbaum desea que su partido —y no solo ella— continúe teniendo el favor de las mayorías, tendrá que dar un golpe de timón. Y con ello no me refiero solo a combatir al crimen organizado (como ya lo está haciendo, con mayor éxito que López Obrador), sino a enfrentar la principal razón del descontento con la coalición gobernante: sus gobernadores envueltos en escándalos de corrupción o incompetencia.
Al interior de Morena se piensa que estas personas son necesarias para mantener la unidad del partido, la mayoría calificada y, con ello, la capacidad de dar resultados y ganar elecciones. Pero todo beneficio es relativo. Privilegiar la cohesión a toda costa puede acelerar el desprestigio del partido más rápidamente de lo que lo haría una purga selectiva que, además, impondría disciplina en la coalición.
Salinas de Gortari enfrentaba un problema similar al que actualmente tiene Sheinbaum. Entonces, el PRI contaba con un ala “técnica”, interesada en implementar políticas públicas supuestamente de vanguardia, y un ala “territorial”, compuesta por gobernadores inmersos en escándalos variopintos.
La forma en que Salinas logró aumentar la popularidad del PRI a lo largo del sexenio es por todos conocida: durante su gobierno se impulsó la salida de 17 gobernadores por distintos motivos. Volaron cabezas para mantener equilibrios. El PRI perdió la elección de 1988, pero no la de 1994.
Hay quien dice que no es necesario tomar medidas precipitadas si 17 gubernaturas se renovarán el próximo año. Difiero. Este es, de hecho, el mejor momento para tomar medidas. Muchos gobernadores están desgastados, y lo peor que podría pasarle a Sheinbaum es que estos impusieran a sus sucesores.