La educación es la gran apuesta de las naciones que buscan salir adelante. Corea del Sur, un país que décadas atrás se encontraba por debajo de México en términos de desarrollo económico, invirtió ingentes recursos públicos en el sector educativo y diseñó programas para mejorar el aprendizaje.
Su reto fue la exigencia, miren ustedes, no el paternalismo instaurado aquí por quienes le suponen al alumno una condición tan disminuida que no se le puede pedir el cumplimiento de metas ni asignarle entregas de resultados.
Como en tantos otros ámbitos de nuestra vida nacional, las estrategias implementadas en el sector educativo entrañan palmarias paradojas. En primer lugar, los propios espacios en los cuales se imparte la enseñanza carecen, las más de las veces, de las condiciones para que los escolares reciban una instrucción adecuada –escuelas destartaladas, sin equipamiento y con ruinosas instalaciones sanitarias— siendo que la educación no es sólo uno de los primerísimos derechos que merece el ciudadano sino una herramienta esencial para la vida.
Segundamente, la calidad misma de la enseñanza es muy baja porque los diferentes regímenes que han llevado la cosa pública en este país no centraron sus esfuerzos en optimizar el desempeño de los maestros sino que, en pleno ejercicio de sus políticas clientelares, optaron por concederle al gremio magisterial beneficios y prebendas a cambio de contar con su apoyo en las urnas, por no hablar de la agitación social que pudieren encabezar los poderosísimos sindicatos de los educadores.
No estamos hablando de que los enseñantes debieren carecer de las debidas garantías laborales ni mucho menos, pero el tema de heredar las plazas, de reclamar los normalistas el otorgamiento de un puesto sin concursarlo o de instaurar un modelo de permanentes demandas bajo la constante amenaza de dejar a los niños sin clases no es precisamente la receta para que esos infantes, lo más precioso que tiene la nación mexicana, reciban la educación de excelencia que merecen.
Finalmente, los destructivos designios de doña 4T llevaron a que se desmantelara la reforma educativa que dispuso el anterior gobierno priista. Los resultados están ahí, a la vista: millones de alumnos que no pueden comprender un texto ni realizar las más básicas operaciones aritméticas. Una verdadera condena para el futuro de México.