Este fin de semana vuelve el ‘Gran Circo’, luego de una pausa impuesta por el muy extraño calendario de los Grandes Premios: a ver, las escuderías, después de comenzar la temporada en Oceanía y salir volando al Lejano Oriente, llegan a Baréin y Arabia Saudí; una vez celebradas las dos carreras nocturnas, se mueven a Miami, que no está a la vuelta de la esquina, de ahí viajan al circuito Enzo e Dino Ferrari de Italia, se quedan en el Viejo Continente para un par de carreras más (Mónaco y Barcelona) y cruzan otra vez el Atlántico del norte para aterrizar en Montreal; ustedes pensarían que, una vez en el continente americano, lo más práctico sería haber organizado carreras en esa región; pues no, vuelven a Europa (Austria, Gran Bretaña, Bélgica, Hungría, Países Bajos y otra vez Italia) luego de haber celebrado una sola carrera en territorio canadiense y, tras un último Gran Premio europeo en el Autódromo Nacional de Monza, meten los coches en sus correspondientes aviones de carga para un par de carreras en Azerbaiyán (Bakú) y Singapur; cumplidos los compromisos con la afición asiática, vuelven, con toneladas de equipo y todo el personal –mecánicos, ingenieros, asesores— a los Estados Unidos (Circuit of the Americas) y una vez desembarcados en el Nuevo Mundo, pues sí, comienzan un muy fugaz periplo hacia el sur (Ciudad de México y San Pablo) para retornar raudamente a la ‘ciudad del pecado’, Las Vegas, y, finalmente, regresar al Medio Oriente (Qatar y Abú Dabi).
Podemos preguntarnos qué tan duras son estas condiciones para la gente que trabaja en las escuderías. Finalmente, no se puede siquiera imaginar una mínima vida familiar, así sea que los pilotos y los altos mandos puedan traer a la mujer y la prole, digamos, un fin de semana o, justamente, volver a casa durante alguno de los períodos de inactividad como el que acaba de tener lugar después del Gran Premio en Silverstone.
El propio Checo Pérez, sometido a un año de descanso obligatorio luego de que en Red Bull no quisieran ya contar con sus servicios, dice que está disfrutando la compañía de sus hijos y de la esposa.
El mundo de la F1, visto a la distancia, parece muy glamoroso, un escenario de alta competitividad, corredores apuestos, elegancia y lujo. Y, pues sí, los pilotos están viviendo un sueño que muy pocos mortales pueden alcanzar. No se cambiarían por nadie más en este planeta.
Pero la presión es enorme y parece también haber unos muy altos niveles de conflicto. Para mayores señas, lo que está ocurriendo en Red Bull, pero también los dimes y diretes en torno a que los pilotos cambien de escudería, por no hablar de que un director técnico decida echarte a la calle o que el coche, como se queja Lewis Hamilton, no esté hecho a tu medida por la tozudez de los ingenieros de Ferrari.
Hablando de los coches, el RB21, justamente, parece ser la gran bestia negra de la competición: tremendamente sensible a los mandos, difícil de controlar y, dicen algunos, diseñado en exclusiva para ser conducido por un fuera de serie como Max Verstappen.
Y, bueno, no podemos menos que pensar, a propósito de esa máquina, en Yuki Tsunoda: se encuentra el japonés en la cuerda floja (aunque, hay que decirlo, no es el único).
Mucho glamur, es cierto, pero mucho agobio y presión en el Gran Circo.