Moisés Butze
Hasta su disolución al término de la Revolución mexicana, el latifundio de la familia Terrazas fue una de las extensiones de propiedad privada más grandes del país. Su dueño y principal gestor, Luis Terrazas, fue un poderoso terrateniente, militar, político y hombre de negocios chihuahuense que llegó a amasar una de las fortunas más importantes de su época. Comenzó heredando un terreno modesto en su estado natal al fallecer su padre en 1849, cuando él tenía apenas 19 años y, hasta su propia muerte en 1923, su poderío creció casi sin interrupciones.
La riqueza de Terrazas estuvo siempre ligada a su familia —hijos, sobrinos, yernos, nietos— a la cual delegó responsabilidades hacendarias y encomendó empresas: molinos de trigo, fábricas, bancos y, sobre todo, tierras. Sus negocios llegaron a emplear a más de diez mil personas y su latifundio llegó a extenderse por más de dos millones de hectáreas, equivalentes a más del diez por ciento del territorio de Chihuahua, utilizadas principalmente para la crianza de ganado.
Tras las leyes de Reforma, Terrazas, convertido en gobernador de su estado, se apoderó de terrenos estratégicos, anexionando grandes extensiones a sus haciendas y gestionando ventas importantes para familiares y amigos. Poco a poco, Terrazas concentró la titularidad de la tierra —y junto con ella la riqueza— en unas cuantas manos, aumentando su poder e influencia económica y política. Al mismo tiempo, controló las aduanas fronterizas en Chihuahua sin autorización formal del gobierno federal, para beneficio de sus negocios personales. Él y su familia fueron un factor fundamental en la sangrienta guerra que se libró en el estado contra los apaches durante la segunda mitad el siglo XIX.
Además de ser un capitalista implacable, Terrazas supo aprovechar las coyunturas políticas. En el momento preciso, ofreció apoyo al presidente Juárez para triunfar ante la intervención francesa, ganándose su apoyo definitivo y consiguiendo afianzar su puesto en la gubernatura de Chihuahua. En el porfiriato, Terrazas encontró un gobierno tecnócrata, positivista y pragmático que se alineaba directamente con sus propios intereses. Consiguió no solo proteger su patrimonio sino consolidarlo, formando alianzas con una élite política fortalecida.
Con la Revolución, la suerte de Terrazas dio un vuelco y él, perseguido por Francisco Villa, se vio obligado a exiliarse. Pero sus influencias y el peso geopolítico de su latifundio fueron tales que regresó a Chihuahua en 1920, impidió que sus tierras fueran expropiadas, las fraccionó y gestionó su venta a ganaderos norteamericanos. Terrazas murió, rico, en su ciudad natal tres años más tarde.
El caso del latifundio Terrazas es uno de muchos ejemplos de flagrante monopolización de la propiedad territorial, de acaparamiento del poder político y de influyentismo descomunal que dieron lugar a la desigualdad social que precedió a nuestra Revolución.
En México, como en tantos otros países del mundo, la concentración y especulación con grandes extensiones territoriales siempre ha tenido consecuencias graves para la distribución del ingreso, la riqueza y la equidad. En los peores casos, ha propiciado la explotación abusiva de poblaciones marginalizadas y desprotegidas. La Revolución fue, en buena medida, una reacción a esta distribución inequitativa de las riquezas, del poder político y la injusticia social.
La frase más famosa que se le atribuye a Luis Terrazas es “Yo no soy de Chihuahua, Chihuahua es mío”. Ese dicho encierra mucho más que la jactancia de un gran cacique regional, implica que poseer un territorio inmenso, aunado a una sólida posición política, otorga poder sobre quienes lo habitan y lo trabajan en detrimento del desarrollo equilibrado de una región y, en última instancia, de una nación.
Esta historia, que finalmente es parte de la historia de una de nuestras más importantes luchas armadas, es la razón de una búsqueda no solo por un reparto justo de los bienes naturales sino por construir un país menos desgarrado por la inequidad. A más de cien años de reformas y contrarreformas, el desarrollo de México sigue entorpecido por el despojo, el acaparamiento y el influyentismo de poderosas familias que concentran las fuentes de riqueza de cada época, entre ellas la tierra. La principal lección es que, para alcanzar la justicia social, revertir las fuerzas que impulsan la desigualdad y revalorar el trabajo de todas y todos los mexicanos, es necesaria, entre otras políticas, una que insista en una redistribución territorial diseñada en función de la equidad, sentido de la justicia y visión del interés nacional.
Román Meyer Falcón*
*Secretario de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano