Los cuerpos de las mujeres son el producto más rentable para el sistema, eso ya lo sabemos todas.
El cuerpo de la mujer que disfruta de su sexualidad se vende en onlyfans y se manosea en redes sociales, los cuerpos gestantes de mujeres precarizadas engrosan el mercado de consumo de bebés.
Lo que me tiene ahora realmente impresionada de mi ingenuidad es la fetichización de la mujer que cuida: es decir, ahora a treves de tiktoks y videos en internet las mujeres venden un personaje de mujer ideal que fabrica quesos mientras cría y educa ella misma a ocho niños, mientras cuida de una granja y se mantiene delgada, bonita y dispuesta.
¿No se supone que todas, según el planteamiento feminista deberíamos poder ser libres para ser lo que queremos ser, así sea seguir siendo criadoras, cuidadoras, amas de casa, madres, esposas, granjeras, fabricantes de quesos, etc.? ¿Porque es entonces tan cuestionable este fenómeno?
Las mujeres no hemos dejado de sostener el mundo.
El capital sigue dependiendo de nuestro trabajo no pagado, sin embargo, se han logrado avances importantísimos en el último siglo, tales como el acceso al voto, a la educación, vaya, la autonomía la hemos alcanzado lo mejor posible bajo el yugo del sistema heteropatriarcal.
La liberación sexual femenina, tan auténtica, necesaria y justa les dio acceso a los varones a consumirnos de nuevas y mejoradas maneras, a través de plataformas, espectáculos y recursos tecnológicos, acceder al cuerpo de una mujer mediante el intercambio económico es cada vez más fácil y normalizado.
¿Por qué entonces hablo de la fetichización de la feminidad? O, mejor dicho, el consumo del cuerpo femenino a través de lo que heteropatriarcalmente se considera femenino y deseable.
Nos compran siendo putas, y ahora le han dado un refresh a sus necesidades de consumo comprando una mujer cuidadora que abiertamente lo sea y que parezca que lo disfrute (o lo haga en realidad).
Las TradWifes son la evolución de las necesidades de consumo del patriarcado: mientras más fácil es acceder al cuerpo femenino hipersexualizado, más desean “otra cosa”, y dentro de estas “otras cosas” abrazan, buscan y anhelan el personaje de mujer sumisa, sexualmente atractiva pero no descarada, que les cocine, les críe, les lave, les cultive, les quiera, les provea sexo, les hable con voz suave, con cuerpos depilados como los de una niña, con belleza tranquila y mesurada.
Este fetiche, que mujeres como Roro dicen vender desde un personaje abiertamente planificado y estudiado, es el mismo personaje que miles de mujeres alrededor del mundo nos vemos obligadas a representar en situaciones de precarización, de violencia, de enfermedad, de necesidad de pertenencia al canon, de heterosexualidad obligatoria y de falta de oportunidades y opciones.
Reflexionar qué vendemos y desde qué plataforma de privilegios lo hacemos es indispensable para dejar de alimentar al monstruo.