Cultura

Leal Audirac, cazador furtivo de sombras

La palabra convoca y motiva a la reflexión sobre el virtuosismo del artista plástico, Fernando Leal Audirac (Ciudad de México, 1958). En este acercamiento, Gabriel Bernal Granados logra adentrar al lector a ese laberinto que alberga varias concepciones: luminosidad y contrastes, espejos cóncavos y convexos, síntesis de la figura humana, habitaciones con profundidad y perspectiva, origen y destino, antropocentrismo, creación y poder.

De donde se desprende que Uno es la suma total del universo. Óleos y dibujos Fernando Leal Audirac. Gabriel Bernal Granados. Odradek. México, 2024.
'De donde se desprende que Uno es la suma total del universo'. Óleos y dibujos Fernando Leal Audirac. Gabriel Bernal Granados. Odradek. México, 2024.

Leal Audirac es, por decirlo así, un artista plástico todo terreno: dibujante, pintor, grabador, escultor, diseñador, muralista. Se ha especializado en el desarrollo de técnicas antiguas como el fresco, la encáustica, el óleo y témpera de huevo. Su padre fue Fernando Leal, pintor y cofundador del movimiento muralista mexicano en los años veinte; y su madre Francine Audirac destacó como escultora y artista plástica. Revisitar la obra de este pintor, a través de la pluma versátil de Bernal Granados, es una experiencia sensorial en donde la literatura, la filosofía y la pintura permanecen suspendidas en un arriba y abajo, entre el nombre propio y lo inefable, entre las fronteras de lo real y lo imaginario. Como diría Paracelso, lo que es arriba es abajo. “Entre el sueño y el párpado/ entre el imán y el hierro/ entre el vértigo y la caída”, expresa un verso de Elsa Cross.

En 1954, cuando el primer ministro británico Winston Churchill cumplió ochenta años, y por ese motivo le encargaron un retrato al artista plástico Graham Sutherland. Las manos en ese cuadro llaman la atención, además del rostro desencajado del político. Al primer ministro no le gustó ese cuadro y lo embodegó en su casa durante años. Cuando falleció, en 1977, el parlamento inglés le solicitó a la viuda esa obra, era parte del Estado, y no la pudo entregar porque hacía tiempo que los Churchill se habían desecho de esa afrenta. Surgieron varias especulaciones que no conducían a nada, culparon a un jardinero que cumplió con lo que le pidieron o, tal vez, escondió la obra. Lo cierto es que la incomodidad de Churchill lo condujo a la destrucción del lienzo, pues le desalentaba ver la imagen de un estadista en decadencia. En la serie The Crown hay un episodio dedicado a esta polémica situación. Aunque lo sucedido con la obra de Sutherland nada tiene que ver con los retratos que ha realizado Leal Audirac, el hecho hace que repensemos en la relación arte y poder, en esos retratos monumentales que ha ejecutado el artista mexicano y, sobre todo, en las manos. Escribe Bernal Granados: “Las manos, que aparecen en diferentes momentos en la pintura de Leal Audirac como una obsesión o la manifestación lógica de una insania, los clavos, los asientos —todos ellos, en realidad cátedras—, las escaleras e incluso los focos eléctricos, son emblemas de ese primer referente, que se materializa ante nuestros ojos en el momento de la interpretación crítica. […] Esas manos, que pueden estar añadidas a un cuerpo u ocupar, desasidas de cualquier otro referente, el primer plano de una tela, tal como ocurre en El Poder del Centro (1991), La flama azul (1997), Deposición (1997), La espera anunciada (1997) e incluso en uno de los estados de ese magnífico grabado de dimensiones murales que es Al lado del estanque cuántico.”

Bernal Granados nos transporta al laboratorio de la colonia Roma, en donde Fernando Leal Audirac tenía su estudio y desde ahí concibió su poética que comenzó a trasladar a los lienzos. El ensayista establece vínculos, duplas entre artistas, como si los imagináramos enfrascados en diálogos o acaloradas discusiones, o simplemente en un tête-à-tête. Así deambulan Leonardo y Paul Valéry, Van Gogh y Mallarmé, y un cuarteto compuesto por Paul Klee, Albers, Kandinsky y Marcel Duchamp.

El pintor ha tenido cierta preferencia por elaborar cuadros de jerarcas de la iglesia católica, entre ellos el Papa Juan Pablo II, a quien retrató en 2003, en San Pedro. Su obra es un fresco monumental que mide 10 metros de alto. También es célebre, y lo incluye este libro, un lienzo que hizo del escritor mexicano Ernesto de la Peña. Bernal Granados reconoce en Fernando Leal Audirac a un talentoso prosista que se maravilla ante las entelequias del espíritu vertidas por De la Peña en Las estratagemas de Dios. Lo cierto es que el pintor siempre ha querido desentrañar esas estratagemas y revelar absolutos o estados de la conciencia inasibles que leemos en los relatos de Borges, por ejemplo.

Recuerdo a Paz haciendo afirmaciones sobre algunos artistas plásticos, con esa mirada atenta, conciliadora entre las artes. Me vienen a la memoria los trabajos de Jaime Moreno Villarreal, en donde comparte sus hallazgos ante la obra de arte y, por ende, una serie de eslabones en la cadena de influencias e inspiraciones. Así Bernal Granados se acoge a esta estirpe de ensayistas que hurgan en los sentidos y las reverberaciones, entre lo figurativo y lo abstracto.

De entre los trabajos de Fernando Leal Audirac destacan un par de autorretratos: uno de juventud y otro de madurez. En el primero de ellos el tamaño del pincel es enorme, acaso como una metáfora del reto que ya tenía visualizado el artista; o, tal vez, como la herencia ante sus progenitores: infancia es destino. Del primero de ellos, Gabriel Bernal hace una referencia a El retrato del artista adolescente, de James Joyce, y aprovecha para mostrar sus diferencias y similitudes entre la intención del lienzo y la narrativa. Se centra en el despertar de la conciencia del artista, en el llamado de la vocación a una temprana edad. La mirada del joven resulta ser una afirmación de que el arte será el centro en su vida, así como los diversos escrutinios relacionados con la figura humana, la abstracción y, por supuesto, la rebeldía. El segundo autorretrato corresponde a una etapa de madurez, como resultado de varias pesquisas sobre el proceso creativo y los engarces de una cadena acaso interminable: la tradición y la novedad, el uso de la luz y del espacio, el diálogo permanente entre la divinidad y el ser, el goce y la ética, los vínculos de un artista telúrico que, invariablemente, es un cazador furtivo de sombras.


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Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • Mary Carmen Sánchez Ambriz
  • mcambriz@hotmail.com
  • Ensayista, crítica literaria y docente. Fue editora de la sección Cultura en la revista Cambio.
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