Aquel día de primavera de 2005, en la redacción de milenio.com teníamos preparado todo para publicar al preciso minuto que se confirmara el nombramiento del sucesor de Juan Pablo ii “El Magno”. Al aparecer en el balcón de la plaza de San Pedro, cabeceamos a un lado de su fotografía levantando ambos brazos el nombre que el hasta hace poco cardenal Ratzinger abrazaría durante su pontificado: «Benedicto xvi».
Las apariciones en la prensa del clérigo alemán eran habituales dada la responsabilidad que ocupaba como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Hoy, mientras más de un centenar de cardenales y 400 obispos participan en las exequias del pontífice emérito, aprovecho la ocasión para honrar su memoria resaltando su legado en el magisterio de la Iglesia.
En su breve pontificado de 8 años Benedicto xvi solo promulgó tres cartas encíclicas: Dios es amor, Salvados en esperanza, y La caridad en la verdad, de corte más social. Como estudioso de la Doctrina Social de la Iglesia me referiré a esta última, publicada en 2009.
En ella, resalta que en las relaciones humanas no bastan los principios de justicia o equidad, sino es preciso adoptar un criterio más alto: la Caridad, una de las tres virtudes teologales, por cierto.
Benedicto xvi lanzó su mensaje a un mundo aún convulso por las terribles secuelas de la crisis económica mundial que tuvo su origen en Estados Unidos en 2008. Apuntó que no es la utilidad y acumulación de activos sino el bien común lo que debe ser el fin último de las empresas.
Y es que hay activos intangibles que no suelen registrarse en los libros contables: la confianza responsabilidad y solidaridad. Así, la gratuidad, el saber que la creación nos ha sido dada y tiene un destino universal, no de unos cuantos, emerge como la vía natural para la construcción de una sociedad más justa. ¿Hace sentido?
Mario A. Arteagaarteagadominguezc@infinitummail.com